Catedral
Hombres y mujeres que conviven porque creen que se aman, cuestiones de logística. Niños con rostros comunes pero espeluznantes. Avestruces de tres metros de altura como mascotas en jardines residenciales. Pasteles de cumpleaños encargados para nadie. Conversaciones con extraños en trenes que no van a ningún lugar. Lo citadino y lo doméstico como un ecosistema que a simple vista parecería inocente, como cualquier criatura que duerme. Los personajes de los cuentos de Raymond Carver son la perfecta definición de lo imprevisible. Caminan despacio, se acomodan los abrigos, saludan a sus vecinos, cargan gasolina o llenan sus neveras, y cuando pueden voltear para verte a los ojos, en un gesto tan anodino como impecable, parecería que, al abrir sus bocas para decir «hola», una fila de colmillos te podría devorar sin piedad y con un tormento infinito. O no.
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