Los desperfectos
Veintiún cuentos como veintiún soles nublados. Ágiles, desinhibidos, simpáticos y ocurrentes, no rehúyen —quizás incluso la buscan— la pátina áspera o rugosa, cuando no directamente fúnebre o trágica. Cuentos para morir de risa, aunque tal vez no tanto, o, tal vez mejor, para sonreír de muerte. Cuentos sobre los finales —del amor, de la amistad, del deseo…— y sobre la puesta en escena de los dramas cotidianos y los desastres inevitables. Con gracia y salero. Historias de fracasos, yayos bajo tierra, moscas, pectorales griegos, dedos que roban dátiles, pelucas y pintalabios, gusanos y botellas… y un verbo desacomplejado y rumbero que le han valido a la autora el Premio Documenta y su primera publicación. La desvergüenza —pero qué poca vergüenza— que Irene Pujadas despliega en cada página de Los desperfectos se advierte pronto como brillante desparpajo y personalísima imaginación. Incomodidad y excentricidad a manos llenas, una mirada retorcida y peculiar. Un volumen de cuentos irreverentes, extravagantes, originales, casi imperfectos.
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