Ronson
Ronson es una barbaridad de libro. La historia se remonta varias décadas atrás, y a ojos de nuestras constreñidas mentes actuales, lo de barbaridad, puede superar lo estético y formal para llegar a lo moral. Un tebeo de infancia con carretadas de realidad verosímil. Realidad de pueblo, que puntúa doble que la urbana. Además, de pueblo de hace sesenta años, que es como hablar de otra galaxia en términos de usos y costumbres, digamos, más recias. Tiene ese rollo neo realista con aire documental, con esos ritmos, esas composiciones y esos caretos. Sin necesidad de moralejas, finales felices o cualquier otra esclavitud argumental. Un tebeo entre sensible y descarnado que nos recuerda de dónde venimos. De la misa obligatoria, la pedrada al perro y las hostias a los niños sin preguntar. Pero también de la silla a la fresca, de jugar en la calle y las aventuras asalvajadas.
¿Pero esto es tebeo Autsaider? ¡Vaya si lo es! Excelencia formal, pensamientos divergentes y estendalazo potencial para almas sensibles.
Un clásico instantáneo, como dice Eduardo Bravo. Un libro de esos que puedes leer y releer, que no pierden impacto y que circula por una vía paralela a las tendencias o a las modas. Recursos propios innovadores, que de puro novedosos son absolutamente ajenos a lo que se estila. El dibujo merece capítulo aparte, una maestría entre la línea clara y lo académico que, con un increíble dominio de la anatomía en las diferentes edades del hombre, hace llorar a John Byrne, incluso al propio John Buscema cada vez que se acuerda de sus dibujos de los hermanitos Maximoff.
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