Se enciende y se apaga una luz
Cristina vive recluida en una finca a la afueras de Tánger. Desde la ventana de su casa observa la otra cara de la ciudad, que identifica con la libertad, lo anticonvencional y el cosmopolitismo, y que confronta con el ambiente claustrofóbico de lo hispano-tangerino. El grupo de mujeres a su alrededor y la figura idealizada de su padre la hacen bascular entre la abulia, la incomunicación, un ambiguo deseo sexual y el ansia por un mundo de liberación que parece que no le corresponde. Mientras tanto, la panoplia ambiental de la ciudad norteafricana borra los límites del espacio de su casa, que unas veces le parece un refugio y en otras es una cárcel.
Ángel Vázquez es el gran narrador de lo tangerino, de la frustración femenina y del monólogo íntimo. Es uno de los novelistas españoles más originales, inclasificables y malditos del pasado siglo. Con esta magnífica novela, que anticipa y contiene los ingredientes de su obra maestra, La vida perra de Juanita Narboni, Vázquez ganó de forma rocambolesca el premio Planeta de 1962 e inició una carrera literaria –admirada por Jane Bowles, Carmen Laforet, Juan Goytisolo, Alejo Carpentier o Eduardo Haro Ibars– que sin duda debería estar en la nómina de la mejor literatura meridional europea.
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