Una idea de felicidad Momentos fulgurantes de la música en el siglo XX
Los momentos fulgurantes pueden anidar en cualquier parte, a cualquier hora y bajo cualquier circunstancia. Cuando se manifiestan, la alegría y el placer emergen de manera imprevista, y la realidad, por muy oscura que sea, resplandece durante un instante. La música también es capaz de desencadenar episodios memorables y actuar como catalizador de sentimientos profundos.
Wanda Landowska vive uno de esos momentos interpretando a Scarlatti al clave, en medio de un estruendo de cañones antiaéreos. Erik Satie protagoniza otro trabajando en la composición de su nueva obra en un café cerca del cementerio de Montparnasse, mientras alterna cantidades industriales de cerveza con tragos de aguardiente. Winnareta de Polignac, charlando sobre los cuartetos de cuerda de Beethoven con Virginia Woolf en el salón que la escritora tiene en Londres. Marian Anderson, poniendo el cuerpo y la voz en cada una de sus actuaciones para transformar lo que Martin Luther King llama el último bastión del elitismo: la música clásica. Leonard Bernstein, leyendo el telegrama maravilloso que acaba de recibir en el backstage lleno de periodistas, fotógrafos y aficionados después de su debut como director titular en el Carnegie Hall de Nueva York. Glenn Gould, aislándose del mundo con su piano y su silla enclenque en una sala repleta de micrófonos. Y es que el pianista aseguraba: «mi idea de felicidad es pasar doscientos cincuenta días al año en un estudio de grabación».
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