Viejos tiempos
Tan sólo dos días antes de su muerte, Calet anotará en su agenda estas emotivas palabras:
«Es en la piel de mi corazón donde encontraréis las arrugas. Ya me encuentro más allí que aquí, como ausente. Haced como si no estuviera. Mi voz ya no vuela muy lejos. Morir sin saber lo que es la muerte. ¿Ya hay que marcharse? No me zarandeéis. Estoy lleno de lágrimas».
Viejos tiempos, es la primera de una de esas lágrimas que Calet fue acumulando a lo largo de su corta pero intensa vida y donde refleja la luz, los colores, la poesía, el olor a taberna y carnicería, y la miseria de su infancia en el París de La Belle Époque –infancia que se verá marcada, como la de tantos otros escritores de su época, por la metralla de la Gran Guerra, el abandono de su padre y el breve exilio a Bélgica junto a su madre. El fin de la guerra, la vuelta a París y los primeros trabajos y borracheras. Hecho que dejará reflejado en esta particular crónica sobre sus primeros veinte años de vida.
A menudo se ha comparado esta obra con Viaje al fin de la noche (1932) de Louis-Ferdinand Céline por su insistencia en la pintura de lo escatológico, lo maloliente y lo obsceno que está muy presente en toda la obra, salvo que en Calet todas esas imágenes están impregnadas del rocío que hace brotar la rosa. La escritura de Calet fascina porque se nutre de la belleza de un lenguaje elegante, sutil y sencillo, y que reviste, a su vez, de una complejidad enorme por la riqueza de matices que despierta en el lector; así como por su mirada cándida y su humor muy fino.
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Autor inédito en castellano.Detalles
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