Yo que fui un perro
Este es el diario de un joven estudiante de medicina. El eje del diario es su novia. Desde su casa, el futuro médico ve la casa de ella. La terraza, las ventanas por las que asoma y es saludada o ignorada según el punto en que la turbulenta relación se encuentre. Siempre vigilada. Analizada minuciosamente, en cada uno de sus gestos, en sus salidas de casa, sola o con amigas, en cada vestido que se pone, y que provoca ira, celos o complacencia en el protagonista. El diario, al tiempo que recrea el entorno de su autor -la relación velada de su madre con una amiga, sus compañeros, un amigo con ínfulas de escritor y otro atrapado por la droga- va dando paso a la mente de un manipulador, al germen de un maltratador que, basándose en un proceso de falsa lógica, se atribuye derechos que según su opinión se deben a valores universales y que en realidad solo responden a su propio y obsesivo criterio. Antonio Soler nos muestra una vez más su maestría como narrador al desentrañar el funcionamiento de la mente de quien se cree el único propietario de los seres con los que comparte su vida sin que él les deba nada.
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