A un siglo de la Revolución rusa · Emilio Majuelo
¿Cómo llegaron las noticias de la Revolución rusa de 1917 a Navarra? ¿Qué impacto real tuvo la Revolución en las clases proletarias navarras y en sus elites? ¿Qué papel jugaron el Diario de Navarra y El pensamiento navarro en la campaña de miedo y terror en los primeros compases del siglo XX? ¿Cómo preparó el terreno la denominada buena prensa navarra durante estos años para el posterior golpe militar y la larga noche franquista? José Miguel Gastón ha respondido a estas y otras preguntas en su nuevo libro, No estamos para bailes rusos. La buena prensa navarra ante la revolución bolchevique (1917-1923). Emilio Majuelo ha escrito el prólogo, del cual os adelantamos este fragmento.
José Miguel Gastón es un activo historiador suficientemente conocido entre los estudiosos de nuestra historia contemporánea. Desde hace años ha venido trabajando y publicando monografías y artículos en revistas especializadas sobre historia navarra, cubriendo una amplia cronología situada entre el asentamiento de la revolución burguesa a mediados del siglo XIX y el marco correspondiente al primer tercio del siglo XX. No estamos para bailes rusos también se ubica en ese tramo temporal y está marcada por el interés de abordar un momento clave de la historia contemporánea del pasado siglo, cuando, precisamente, se produjo un cúmulo de transformaciones generalizadas en todo el mundo capitalista después de la Primera Guerra Mundial.
Una de las consecuencias directas de esa quiebra generalizada fue el derrumbe del secular imperio de los Romanov cuando, en febrero de 1917, todavía en plena guerra, estalló la revolución en Petrogrado y se extendió con rapidez por territorio ruso. Al finalizar la guerra, se expandió por importantes zonas del continente, acompañada a su vez de un sinfín de alteraciones sociales en otros muchos puntos del planeta, producto, todo ello, de la ruptura social provocada por la guerra y del abrupto final del mundo decimonónico europeo.
España no intervino en la guerra directamente, pero en todos sus ámbitos repercutieron fuertemente algunas consecuencias derivadas de la misma (elevada inflación y agitación obrera) y no pudo quedar al margen ni de la crisis social que caracterizó al periodo posbélico ni de los ecos emanados de la Revolución. Los debates en pro y en contra de esta atravesaron el sindicalismo socialista y anarquista, agitando y declarando adhesión, respeto o rechazo al hecho revolucionario.
De lo que pensaron las clases conservadoras europeas y las elites políticas, cuestionadas de manera generalizada conforme se iba conociendo lo sucedido en la desconocida Rusia, se da buena muestra en No estamos para bailes rusos, colocando el foco de análisis sobre la recepción ideológica de la revolución entre los sectores católicos y las élites políticas conservadoras. Para realizar ese compendio de la ideología reaccionaria y contrarrevolucionaria, Gastón ha procedido a una meticulosa lectura y análisis de la autodenominada «buena prensa» navarra, la prensa católica y de orden: El Pensamiento Navarro y el Diario de Navarra.
Ambos medios dedicaron un buen número de noticias y de editoriales a los acontecimientos, a sus ojos escabrosos, de la Revolución rusa. Movilizados por el temor, trataron de dejar claro ante sus lectores los peligros que conllevaba la posible difusión de aquellos idearios «exóticos» entre los jornaleros navarros y el incipiente núcleo obrero pamplonés.
La existencia de una cierta conflictividad social entre los obreros pamploneses y el malestar campesino en las zonas rurales ribereñas dio pie a imaginar la existencia de comunistas, «bolchevikis» y revolucionarios por doquier. Es sabido que las organizaciones obreras de clase en el campo navarro durante esos años brillaron por su ausencia y que el carácter asociativo de los obreros en la capital, en torno a UGT, mantenía intervenciones de carácter y tono moderado y reformista. La «buena prensa» navarra, sus respectivos directivos y redactores sabían cuál era la realidad, pero su interpretación resultó ser apocalíptica. De este modo, aquel mundo tradicionalista y conservador parecía desplomarse.
De todo ello da cuenta este autor con una proliferación ingente de información periodística y bibliográfica. Se sabe que no solo con una prensa inflamada y catastrofista se mantienen las pautas de funcionamiento en el orden económico, cultural y social; instituciones y aparatos del Estado trabajaban en la misma dirección. Con todo, no hay que infravalorar la importancia de la labor acometida por ambos diarios en una larga campaña de adoctrinamiento ideológico, tanto para valorar mejor el complicado momento social en el que se publicaron esos cientos de artículos como de cara a un futuro premonitoriamente no muy lejano entonces, en el que la exposición de los valores de un nacionalismo español autoritario y de un catolicismo conservador que se veía en declive, cobrarán un sentido práctico en la lucha contra la democracia republicana desde el minuto uno de su proclamación en 1931, luego durante la guerra civil y como soporte legitimador del franquismo. La ideología es un arma de combate y quien tenía la posibilidad de expandir su ideario y cerrar filas entre su público, como es el caso, la usó con profusión para criticar sin denuedo la revolución y la reforma social.
Emilio Majuelo, extractos del prólogo al libro.
No estamos para bailes rusos. La 'buena prensa' navarra ante la revolución bolchevique (1917-1923)
José Miguel Gastón, gran conocedor de la historia social de principios del siglo XX en Navarra, al albur de las protestas campesinas de esos años y con el telón de fondo de la compleja y convulsa situación internacional, con unos soviets que habían conseguido ya el poder en Rusia, analiza detenidamente en esta obra la reacción de las clases propietarias, los sectores católicos y las elites políticas conservadoras navarras ante la Revolución rusa de 1917. Mediante una meticulosa lectura y análisis de la autodenominada buena prensa -la prensa católica y de orden, sobre todo El Pensamiento Navarro y Diario de Navarra- nos ofrece un compendio de la labor acometida por ambos diarios en una larga campaña de adoctrinamiento ideológico, que, como señala Emilio Majuelo en el prólogo a esta obra, tendrá “un sentido práctico en la lucha contra la democracia republicana desde su proclamación en 1931, luego durante la guerra civil y como soporte legitimador del franquismo”.
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