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Gasteiz, 3 de marzo | Floren Aoiz en 'El jarrón roto'

Floren Aoiz, extracto del libro El jarrón roto




En la capital de Araba, la situación laboral y la crisis económica habían provocado una escalada de protestas obreras que se fueron intensificando y radicalizando a partir del conflicto de Forjas Alavesas. Las huelgas y movilizaciones eran secundadas masivamente y el movimiento, en el que las fuerzas tradicionales de la oposición pintaban muy poco (más tarde Nicolás Sartorius, convertido en dirigente del PCE y de CCOO, criticaría aquel movimiento en la revista Triunfo, tachándolo de «inmaduro») estaba liderado por grupos radicales opuestos a la estrategia reformista.

Para el Estado se trataba poco menos que de la antesala de la insurrección. Fraga habla en sus memorias de una ciudad tomada por los obreros, como «Petrogrado en 1917». A juicio de Martín Villa, había un clima de «desobediencia civil generalizada», y se respiraba un «fervor casi revolucionario».

La reacción no tardó en llegar y se concretó en una acción a gran escala, un escarmiento en forma de masacre. Se celebraba una multitudinaria asamblea en una iglesia, y las fuerzas policiales intervinieron de modo criminal: Suena el teléfono en el cuartel de bomberos de Vitoria. Una voz excitada grita: «¿Bomberos?» «Sí». «Vengan, vengan al barrio de Zaramaga. ¡La iglesia está ardiendo! ¡Y está llena de gente a reventar!».

No, la iglesia de San Francisco de Asís no estaba ardiendo. Lo que las distintas personas que avisaron a los bomberos tomaron por un incendio lo que no era otra cosa [sic] que los gases que la fuerza pública había arrojado al interior del templo, con objeto de desalojar a los cuatro mil obreros que en él estaban celebrando una asamblea. La Policía lanzó gases al interior de la iglesia. Como demuestran las grabaciones de las comunicaciones policiales, se recibió orden de desalojar el templo, sin detenerse ante nada: «Gasead la iglesia. Cambio». Había dentro varios miles de personas, y el terror se extendió. La gente intentó salir y los policías dispararon. Las cargas siguieron por toda la ciudad. Hubo decenas de detenciones y palizas, multitud de heridos. Pero lo más grave serán los cinco muertos.

Como recordaba la periodista y testigo de los hechos Amparo Lasheras: «En pocas horas, Gasteiz se convirtió en una ciudad aterrada, oscurecida por el miedo y la tristeza. Parecía como si el tiempo se hubiera roto en terribles secuencias de dolor ocultando la tarde y hasta la vida en el sonido, repetido y lejano de unos disparos interminables». Tenía razón uno de los policías participantes en la masacre cuando afirmaba que habían «contribuido a la paliza más grande de la historia»

A posteriori se quiso desdibujar lo ocurrido, exculpando a la Policía y a los responsables políticos, y desprestigiando a los líderes del movimiento, algunos de los cuales fueron detenidos y trasladados a Madrid, con lo que según Fraga, se «finiquitó el asunto». El que era entonces responsable máximo de las fuerzas represivas llegó a afirmar de estos líderes obreros que «tuvieron su día, no de triunfo, pero sí de sangre».

La desvergüenza de Fraga no tenía límites. Incluso se presentó en Gasteiz a visitar a los heridos. Con él iba Martín Villa, que no ha olvidado aquel día: «Uno de los familiares nos preguntó si es que veníamos a rematar a las víctimas». Querían difundir mentiras, pero las evidencias apuntan a un operativo fruto de una decisión política. Ya se percibió esa misma mañana en Gasteiz que había planeado algo diferente para ese día, pues la Policía actuaba con mayor saña y usando fuego real.

Tal y como se había previsto, la conmoción que provocaron estos hechos en todo el Estado empujó a las fuerzas opositoras reformistas a mayores compromisos. Las palabras de Fraga lo aclaraban: «El que no haya entendido la lección de Vitoria, él verá lo que hace». No dudaba en amenazar con seguir por la misma senda: «De una vez por todas vamos a hacer un país grande económica y socialmente. Y no lo haremos con comportamientos irresponsables. Eso es lo que el país necesita, lo que el país exige, y es lo que vamos a tener, por las buenas o por las malas». La masacre provocó importantes movilizaciones, hasta el punto de que se pusieron sobre la mesa planes de intervención militar en Euskal Herria.

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