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IMMANUEL WALLERSTEIN | prólogo · Hoja de ruta. Hacia la paz en el Kurdistán

Prólogo al libro Hoja de ruta. Hacia la paz en el Kurdistán. Por Immanuel Wallerstein

Esta hoja de ruta ofrece «una solución a la cuestión kurda» en Turquía. Pero, al mismo tiempo, plantea cuestiones que son mucho más generales y que están mucho más extendidas que las específicas cuestiones neohistóricas que discute.

Parece haber, en mi opinión, cuatro contradicciones distintas, profundamente entrelazadas, dentro de las operaciones del sistema mundial moderno, dentro de esta economía global capitalista. Serían las siguientes:

1) La búsqueda de la soberanía por parte de los Estados

2) El empeño de todos los Estados por convertirse en naciones

3) La demanda de que los Estados sean democráticos

4) Las formas en las que el capitalismo mantiene su equilibrio

Para ser tratada adecuadamente, cada una de estas contradicciones requiere una exposición tan extensa como un libro. Aquí únicamente puedo esbozarlas brevemente.

Soberanía. La estructura formal del sistema interestatal que ha sido creada como parte del sistema mundial moderno afirma que todos los Estados son soberanos. En teoría, la soberanía significa que los Estados toman sus propias decisiones autónomamente, sin interferencia de otros Estados ni de las estructuras institucionales dentro de los límites del Estado. Por supuesto, tan pronto como uno hace valer estas características teóricas, es obvio que no existe un Estado que cumpla con estos criterios de soberanía. Resulta que el reclamo del Estado por ser soberano no es más que eso, un reclamo, una aspiración que algunos cumplen mejor que otros, pero que ninguno satisface totalmente. Además, nótese que es en dos direcciones: hacia el exterior, más allá de sus propias fronteras, y hacia dentro, hacia grupos de su interior. Cuanto menos capaz es un Estado de defenderse hacia el exterior, más énfasis pone en defenderse contra la erosión interior de su reclamo de soberanía. Encontramos a la Turquía republicana en esta última categoría, aunque, por supuesto, no solo la Turquía republicana. Esta es la situación de la gran mayoría de los Estados en el sistema mundial moderno.

Estado-nación. El mecanismo básico por el cual los Estados buscan defender su soberanía contra grupos o instituciones dentro de sus fronteras es lo que hemos dado en llamar jacobinismo. El jacobinismo se puede definir de una forma muy simple. Primero, es la exigencia de que todos los «ciudadanos» de un Estado reconozcan su pertenencia a una sola «nación», sin importar cómo sea definida esta. En segundo lugar, es la exigencia de que la lealtad a dicha «nación» sea prioritaria por encima de cualquier otra lealtad ciudadana: a la clase, al género, a un grupo religioso, a un «origen étnico», a grupos de parentesco, en resumen, a cualquier grupo que no sea la «nación» definida por el Estado. Mientras que la presión por crear esta lealtad nacional (que puede ser etiquetada como patriotismo) parece fortalecer al Estado en la afirmación de su soberanía hacia el exterior, obviamente crea significativas tensiones internas. Cualquier grupo se resiste a estar subordinado a la exigencia de lealtad nacional. Y, a veces, incluso a menudo, la resistencia se torna violenta. En las últimas décadas, el jacobinismo ha perdido su brillo y en muchos países se exige ya que el Estado se de! na como «plurinacional», una realidad que puede tomar diferentes formas institucionales. El problema aquí es definir las formas institucionales y los «límites» de la plurinacionalidad. Afirmar sencillamente que un Estado es plurinacional no resuelve el problema.

Democracia. Uno de los grandes legados de la Revolución Francesa fue legitimar mundialmente el concepto de que la «soberanía» no pertenece ni al gobernante ni a ninguna asamblea legislativa, sino al «pueblo». El problema es que este concepto, retóricamente legítimo, aterroriza a aquellos con poder, prestigio y privilegios. Así, buscan diluirlo de todas las formas posibles. Desde finales del siglo xx, no queda casi ningún Estado en el mundo que no se califique como «democrático». Una afirmación basada generalmente en la existencia de elecciones nacionales y de un sistema de partidos. No es difícil demostrar que celebrar tales elecciones cada varios años y conferir poder representativo, incluso de forma alterna, a partidos que solo tienen limitadas diferencias en programas reales, apenas cumple la idea de soberanía popular. Personalmente, no creo que haya, hoy en día, ningún Estado que encaje en mi definición de democracia, si bien algunos son seguramente peores que otros. La lucha por la democratización se ha vuelto mucho más activa y aguda en la última mitad de siglo, con más y más grupos que insisten en una participación real en la toma de decisiones. Esto es muy positivo, pero se trata de una tarea que apenas ha comenzado.

Capitalismo. Nuestro moderno sistema mundial es un sistema capitalista basado en el impulso de acumular capital. En lo que respecta a este criterio, ha sido un sistema bastante exitoso durante los últimos 500 años. Ha habido un crecimiento constante del capital y una concentración y centralización continua de los acumuladores. Como todos los sistemas, oscila con cierta regularidad –los ritmos cíclicos de un sistema–. Sobrevive porque hay mecanismos construidos internamente que fuerzan a que estas fluctuaciones vuelvan al equilibrio del principio: un equilibrio en movimiento. Lenta pero implacablemente, los procesos se mueven hacia asíntotas. Las tendencias seculares alcanzan puntos donde las fluctuaciones se desplazan demasiado lejos del equilibrio y el sistema ya no puede mantener el ambiente relativamente estable en el que normalmente había operado. Cuando esto ocurre, el sistema llega a una crisis terminal. Se divide y se vuelve «caótico». La lucha, entonces, ya no es por la supervivencia del propio sistema, sino porque la rama alternativa de la bifurcación sale victoriosa y se convierte en la base de un sistema de reemplazo. En este mismo momento, nos encontramos en ese período de transición sistémica. Nos enfrentamos a otros 20-40 años de lucha antes de que la «decisión» colectiva haya sido tomada. Es intrínsecamente imposible predecir el resultado, pero es posible intuir en él a través de nuestra acción individual y colectiva. Un posible resultado es un nuevo sistema que replique los peores rasgos del sistema capitalista –un sistema jerárquico, explotador y polarizante– con un sistema nocapitalista que, quizá, sea incluso peor. El otro resultado posible es un sistema que sea relativamente democrático e igualitario, un tipo de sistema que el mundo no ha conocido pero que es bastante factible.

Conclusión: no podemos evaluar la utilidad de la acción política dentro de Turquía, dentro de la comunidad kurda, a menos que situemos nuestro análisis dentro del marco de estas cuatro contradicciones: el continuo impulso del Estado turco por reforzar su soberanía; el avance de muchos sectores en Turquía por emplear y reafirmar la opción jacobina; el empuje de otros por alcanzar una mayor democratización; y la manera en la que todos estos tipos de acción política afectarán a la lucha mundial sobre la clase de sistema que reemplazará al ahora condenado sistema capitalista mundial.

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