La traición del PSOE en Navarra (Arbeloa: regresa el caballo de Troya) | Jose Mari Esparza
Cuando Arbeloa retorna al PSOE lo encuentra en plena euforia postelectoral y afianzado en las proclamas que les han dado el triunfo. La ikurriña preside sus sedes y se coloca en los ayuntamientos navarros con el apoyo de alcaldes y concejales socialistas. La sede del partido en la plaza del Castillo es uno de los primeros locales donde ondea oficialmente.
Su antiguo catecúmeno Urralburu, nuevo diputado, ha aprendido a volar solo y está locuaz ante la prensa. En junio de 1977, la revista Punto y Hora de Euskal Herria le hace una larga y célebre entrevista: “Precisamente nosotros, los socialistas, debemos luchar por vincular, no a nivel de identidad, porque ese vínculo existe, sino a nivel institucional a Navarra con el País Vasco”. No tiene dudas históricas: “El partido, desde finales de la República, había creado ya el Comité Socialista de Euskadi, en el que estaba desde un principio Navarra. Entonces, para nosotros, la discusión sobre la pertenencia de Navarra al País Vasco no ha existido”. Lo primero es “arrebatar la bandera de la reintegración foral a hombres que contraponen esta reintegración a la autonomía de Navarra, y una vez arrebatada esa bandera y al mismo tiempo, ser defensores de las instituciones vascas comunes”. Remarca que “los resultados de las elecciones, dan como balance que son mayoritarias las personas que desean con mayor o menor intensidad la vinculación de Navarra con el País Vasco”. También está optimista con la cuestión de la Ribera: “hemos dicho en cada acto político que, sin prejuicio de aumentar la capacidad autonómica de Navarra, queríamos la vinculación de esta al País Vasco y no hemos recibido ninguna contestación. El hecho de que hayamos sido mayoritarios en la Ribera significa que el pueblo navarro, en su conjunto, está entendiendo que a pesar de los pesares, hay una vía racional de solucionar la autonomía, y esta es, en concreto, la necesidad de vincularse de la manera mas óptima para Navarra, al País Vasco”. Se trataba, simplemente, de tener un poco de paciencia: “Si vamos despacio tendremos una Navarra no globalmente vasca pero sí globalmente vinculada al País Vasco, que creo que es un primer paso. La recuperación de la conciencia vasca en la Ribera va a tardar más, pero pienso que no va a tardar tanto la vinculación de Navarra con el País Vasco. Hay que decir bien claro al pueblo que los que defendemos la autonomía para Euskadi en cuyo seno está Navarra, defendemos con más fuerza que nadie la autonomía foral de Navarra (...). Navarra, debido a su identidad histórica, a su cultura, a su lengua, pertenece a lo que se entiende como comunidad natural vasca o pueblo vasco”.
Y de las palabras a los hechos: uno de los primeros actos públicos fue acudir a la Asamblea de Parlamentarios Vascos de Gernika, donde a la usanza tradicional de las cuatro diputaciones, cantaron bajo el Árbol Urralburu (secretario de la Asamblea), García y Solchaga; los nacionalistas Irujo, Ajuriaguerra, Arzalluz, Labayen y los socialistas vascongados Rubial, Benegas y Mújica. En el Congreso español, Urralburu era secretario del Consejo Parlamentario Vasco.
Pero el requeté de Mañeru traía otras intenciones, todavía ocultas. “Arbeloa poseía cierto renombre y era una persona electoralmente interesante para el PSOE –recuerda Iñaki Anasagasti–. Al contrario que Urralburu, parecía tener ciertas reservas sobre la integración institucional. Se creaba de esta forma una pugna política entre los que pasarían a ser líderes indiscutibles de la agrupación navarra”. Lo evidente es que a partir de ese momento, comienzan a introducirse grietas en la hasta entonces firme actitud del partido en el tema.
En noviembre de 1977, los navarros aprueban los Estatutos de la Agrupación Socialista Navarra del Partido Socialista de Euskadi. En febrero del año siguiente, el PSE ya tenía preparado un Proyecto de Estatuto de Autonomía para las cuatro provincias. En un documento titulado Líneas generales para el Estatuto de Autonomía, se concretan las propuestas para los cuatro territorios, que tienen “unas características étnicas comunes”. Se trataba de crear una nacionalidad autónoma dentro del Estado español, siempre que no contradijera a la Constitución que se estaba redactando en ese momento. El PSOE estatal echó un jarro de agua fría sobre las ardorosas cabezas de sus afiliados vascos: la Constitución aprobada estableció que no había más nación que la española. Agur al derecho de autodeterminación y a la España federal. Había pues que plegar velas y cambiar el discurso. Arbeloa fue el primero en captar por dónde soplaban los vientos y se adaptó al instante.
En junio de 1978 aparece el número 1 de la revista Tierra navarra con un llamativo titular; “¡¡Aguanta Fuero!!”. El director era Iñaky (sic) Ochoa de Olza y la lista de colaboradores la encabezaba Víctor Manuel Arbeloa, ya en el PSOE, Jaime Ignacio del Burgo, en la UCD, y Ángel Pascual, dirigente del PCE. Los tres con tesis muy parejas sobre la autonomía de Navarra en solitario. El editorial que presentaba la revista anunciaba su razón de ser: “¿Navarra ‘sola’ o Navarra en Euzkadi? Tierra navarra anuncia, desde ahora, que tiene opinión formada al respecto: Consideramos que Navarra debe permanecer como comunidad política, libre y autónoma”. En esa línea van los artículos de los colaboradores cercanos y, aunque es evidente que Arbeloa ya ha dado el paso, se conforma con sugerirlo discretamente en su sección “Nuevas jotas navarras”:
Quieren dividir Navarra
la Montaña y la Ribera
Navarra se irá al garete
si no se mantiene entera.
Pero es Urralburu el que ocupa la entrevista central de la nueva revista y todavía se mantiene firme: quiere lejos a la UCD, vencerla desde la izquierda. De la fuerza que consiga el PSOE dependerá que Navarra se una al resto del país y sigue confiando en que “si hay tranquilidad y sosiego, Navarra se va a incorporar al País Vasco. En el partido teníamos cierto temor de que nuestro electorado no lo asimilase”, pero donde tienen más agrupaciones, en la Ribera, “se va aceptando la tesis de la incorporación”. Y sin citarlas –y seguramente sin conocerlas–, expone las mismas razones de fondo del Frente Popular Navarro en 1936, cuando pidió la incorporación al Estatuto vasco: “Con esto no quiero decir que nuestro electorado sea nacionalista o abertzale, sino que ha ido identificando los intereses del socialismo porque entiende que en ese marco es posible una sociedad más solidaria, que eso contribuye al desarrollo del socialismo”. La revista no tuvo larga vida, quizás porque sus impulsores lograron pronto sus objetivos.
Ese mismo mes, durante el debate sobre la disposición transitoria cuarta, Urralburu lo reiteró en las actas del Congreso español: “Los parlamentarios navarros, en el momento de negociar la preautonomía vasca, estábamos divididos sobre la necesidad o no de que Navarra se incorporara al conjunto vasco. Los socialistas defendimos entonces, y defendemos ahora, la participación de Navarra en las instituciones comunes con Álava, Guipúzcoa y Vizcaya”. Y aportaba las razones que justificaban dicha postura: en primer lugar, la problemática común tanto en lo social, cultural y económico. “En segundo lugar porque precisamente se abre el cauce, la posibilidad de que participando en régimen de igualdad, por el procedimiento de carácter confederativo en las instituciones vascas, es perfectamente garantizable el régimen foral y la personalidad histórica de nuestra región navarra”. Por último, decía que “defender el aislamiento de Navarra nos parece a los socialistas que solo puede perjudicar al futuro autonómico de nuestra región”. Es decir, nada que no dijeran las izquierdas en 1936 y durante todo el exilio franquista, como veremos.
Caminando por el mismo surco, en 1978 se celebra el primer Congreso de UGT de Euskadi y acuerdan que “es el propio pueblo navarro, cuyas relaciones históricas con el resto del pueblo vasco son evidentes, el que debe decidir mediante referéndum, con plenas garantías democráticas, las formas de vinculación al conjunto de Euskadi”. Además, acordaron defender “el derecho a la autodeterminación, entendiéndolo como la capacidad de Euzkadi para decidir su propio destino, incluida la posibilidad de crear un Estado propio, como la mejor base para la unidad de la clase obrera del Estado español”.
A finales de enero de 1979, se reúne en Gasteiz el Comité Nacional del PSE-PSOE. Entre ellos, representantes de Estella, Pamplona y Tudela. Tratan de las próximas elecciones generales del primero de marzo. Están presentes los miembros del Consejo General Vasco. Txiki Benegas lleva la voz cantante. “Sobre el tema de la integración de Navarra a Euskadi y a pesar de que existe una resolución del Congreso que incorpora Navarra, no daremos nuestro voto a favor mientras dure el clima de violencia. En consecuencia con esta línea de actuación, el Partido en Navarra debe mantener una ambigüedad de tal forma que no se identifique la campaña electoral con la idea de la integración”.
Es la primera vez que en los documentos del partido se refleja una duda clara sobre Navarra, y esta no parte de las bases del partido, sino de los dirigentes. Además, el acuerdo tiene visos de chantaje: Navarra moneda de cambio frente a la violencia. Si reconocían contradecir lo marcado por el reciente congreso, ¿dónde y quién tomó ese acuerdo?
Y, efectivamente, el tema de la unidad vasca desaparece del programa electoral. En las elecciones generales del 1 de marzo de 1979, Urralburu encabeza la lista del Congreso y Arbeloa la del Senado, algo sorprendente en alguien que acaba de llegar al partido. Obtenidos ambos cargos, la pugna entre los dos indiscutibles gallos del PSOE navarro se plasma en las elecciones municipales y autonómicas del mes siguiente. Para el Ayuntamiento de Iruñea, parecía claro que la cabeza indiscutible era Juan Manuel Pérez Balda, anterior teniente alcalde de la ciudad, declarado vasquista y promotor de que la ikurriña ondease en el consistorio pamplonés. Sorprendentemente, pocas horas antes de cerrarse las listas se incluyó como cabeza de lista a Julián Balduz, persona mucho más cercana a los planteamientos de Arbeloa.
Celebradas las elecciones al primer Parlamento de Navarra en abril de 1979, fueron ganadas por la UCD con el 26,8% de los votos, seguida por el 19,02% del PSOE; el 16,06% de UPN; el 11,12% de Herri Batasuna; el 6,81% de las Agrupaciones Populares (Amaiur); y el 4,79% del Partido Carlista. En total, el 42,86% habían votado a partidos que no querían la unidad vasca frente al 67,14 que la defendían o bien no se oponían a ella. Eso se plasmó en el famoso 37-33 parlamentario, que se pintó por las paredes aquellos años.
Constituido el Parlamento navarro, Urralburu ofreció su presidencia a Carlos Garaikoetxea, con lo que se atraía al PNV y alejaba del puesto a Arbeloa, ya senador, pero dispuesto acaparar toda palanca de poder. Según Iñaki Anasagasti, Garaikoetxea no aceptó la propuesta por entender que existía un pacto progresista que su partido apoyaba, según el cual Patxi Zabaleta iba para alcalde de Pamplona y Arbeloa para presidente del Parlamento y, en todo caso, las alteraciones a este compromiso las deberían pactar las fuerzas políticas. Finalmente, no hubo pacto. El PSOE vetó al candidato de HB, la lista de izquierdas más votada y, en último momento, para que no saliera la derecha, Patxi Zabaleta entregó sus votos a Julián Balduz. Y Arbeloa ocupó la Presidencia del Parlamento foral con los votos de UPN, acaparando poder dentro y fuera del partido. Del Burgo siempre se ha mostrado orgulloso de haber conseguido el acceso de Arbeloa a la Presidencia, tras negociar con Urralburu. “No era la primera vez que alcanzábamos acuerdos en asuntos trascendentales para Navarra”, escribió. De esa manera se ayudó al partido socialista en el viraje “hacia posiciones navarristas que pulverizó el 37-33”. [1]
Aupado a la Presidencia del Parlamento, Arbeloa se aprestó a cambiar la historia. Años más tarde, al recordar ese momento, dejaba asomar su borla requeté y reconocía que “en nuestras manos estaba, en las manos de los hijos de los padres que fueron a la guerra de 1936, el intentar ser fieles al espíritu de nuestros mayores”. Y para que nadie pensara que era una sugerencia a enrolarse al Tercio de Lácar, añadía “evitando al mismo tiempo, por superación, el peligro de otro nuevo conflicto político y social”.
No estaba claro que la tibieza en el tema de Navarra en aquellas elecciones les hubiera sido rentable electoralmente. Más bien al contrario. El 7 de abril de 1979 se reúne de nuevo el Comité Nacional en Gasteiz para analizar los resultados de las elecciones generales, autonómicas y municipales. Acuden las agrupaciones locales de Tudela y Pamplona.[2] Txiki Benegas reconoce los malos resultados en relación a los obtenidos en las elecciones generales de 1977. Entre los factores que han perjudicado, destaca el tema de Navarra, “en el que el partido ha variado la postura inicialmente adoptada”. También la falta de autonomía con respecto a Madrid y algunos planteamientos “en contra de lo vasco” de algunos líderes. No faltaron críticas por haberse saltado las resoluciones del reciente congreso en temas como Lemoiz o el derecho de autodeterminación. Txiki Benegas considera “peligrosa la tendencia de separación del PSN” por parte de los navarros y quedan en reunirse con ellos.
Pese a su ardua labor de zapa interna, Arbeloa seguía sin salir del armario y ese mismo mes de abril declaraba a la prensa: “Nunca me he pronunciado diciendo que Navarra no debe integrarse en Euskadi”. Lo cual era cierto. Nadaba y guardaba la ropa sabedor de las reticencias de su propio partido. Incluso hay momentos en que parece dudar: el 3 de junio la Guardia Civil mata en Tudela a la ecologista Gladys del Estal. Dos días de huelga paralizan por completo Euskal Herria. Cuatro días más tarde, en El País, el presidente del Parlamento y senador da un toque de atención sobre el orden público y la necesidad de canalizar a las instituciones democráticas ese “aumento de la conciencia vasca, con su enorme fuerza reivindicativa, que explica toda esta explosión popular, esta sensibilización ante cualquier acontecimiento que pueda parecer una provocación o lesión de la soberanía, como sucedió en los sanfermines del año pasado y ahora en Tudela”. Y habla por vez primera de la “tercera vía, que comienza por institucionalizar la vida política de Navarra y recuperar competencias perdidas, que darían satisfacción a nuestros deseos autonómicos de soberanía como pueblo. Después de esta fase, tendríamos que plantear la manera de vincular Navarra con el resto del País Vasco, contando con la voluntad del pueblo”.[3]
[1] El Parlamento Foral de Navarra, p. 31, Servicio de Publicaciones del Parlamento de Navarra, 2004.
[2] Archivo PSN-PSOE, Actas PSE, 7.IV.1979.
[3] El País, 7.VI.1979.
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