El hijo de Juanita Gerrikabeitia | Autobiografía de Jon idigoras
Además de la apasionante autobiografía de Jon Idigoras, este libro es un minucioso recorrido por los principales acontecimientos políticos de la segunda mitad del siglo XX en Euskal Herria. Con la guía de una escritura amena y apasionada, el dirigente abertzale narra de primera mano, como testigo directo, los entresijos de la lucha clandestina contra la dictadura del general Franco, la creación del sindicato LAB, la fundación de Herri Batasuna o las circunstancias que le tocaron vivir en una de las etapas más duras e intensas de nuestra historia reciente.
Prólogo de Jon Idigoras
Alguien me dijo, en cierta ocasión: «Jon, ¿por qué no escribes un libro sobre las experiencias de tu ajetreada vida?». A decir verdad, nunca me lo había planteado y quizás por ello me sorprendió todavía más la propuesta. Incluso, hasta me hizo gracia. ¿Yo, un libro?
Poco tiempo después, paseando por el reducido patio de la prisión de Alcalá Meco, comencé a dar vueltas a la idea y me pregunté por qué no. «Ahora tengo tiempo gracias a las ‘vacaciones’ concedidas por el juez Baltasar Garzón –pensé–; además, acabo de cumplir mis primeros sesenta años y ésa es una buena ocasión para ir recordando y escribiendo las vicisitudes, experiencias y situaciones de mi azarosa vida...».
Desde la celda número 9 de la enfermería de la cárcel comencé a escribir “mi libro”, algo que jamás había imaginado, pero que ahora tomaba como un reto. Después de escribir algunos folios y estrujar mi memoria para aportar el mayor número posible de datos, me pusieron en libertad bajo fianza de 5 millones de pesetas. Y continué escribiendo en la calle, pero (debe ser mi destino taleguero) dos años después tuve que seguir con la elaboración del libro en la celda número 11 de la prisión de Basauri, aunque esta vez con la seguridad de que estas hojas acabarían en la imprenta.
No es mi pretensión que este libro sea un best seller, ni mucho menos aspirar a un premio literario. Mi intención es mucho más modesta, sólo quiero relatar mis vivencias, que no han sido pocas. Me daría por satisfecho si con ello hago pasar un buen rato o arranco una sonrisa a quien se anime a leer este volumen. Deseo, sobre todo, que estas líneas sirvan para transmitir un mensaje simple y sin recovecos.
Quiero que sean también un canto, un homenaje, a la amistad, a la lealtad, a la rebeldía en defensa de la libertad.
Es posible que las generaciones que tuvimos que apechugar con las consecuencias de la catástrofe del 36, quienes nacimos y crecimos bajo la sombra del miedo, del silencio y la represión, quienes luchamos contra la dictadura desde la clandestinidad, quienes sufrimos la represión feroz en forma de tortura, cárcel, exilio, muerte… tengamos algo más desarrollado el instinto de la supervivencia y de algunos valores unidos a ella: la lealtad, la solidaridad, la rebeldía. Junto a ellos también hemos cultivado otros aspectos positivos; los juegos, las amistades, las diversiones y el sentido del humor nos han ayudado a sobrevivir con alegría a todo tipo de adversidades. Aprendimos a reír y a reírnos de nosotros mismos, lo cual es muy importante. Jamás he conocido un pueblo que haya alcanzado su libertad sin haber sabido compaginar las lágrimas con la sonrisa, el dolor con la alegría de vivir… Por eso, precisamente, estamos condenados a ser un pueblo libre y soberano.
Antes de iniciar el repaso de mi vida, mi primer pensamiento es para una persona entrañable, inolvidable, a la que debo mucho más que un recuerdo; esa persona es mi madre, Juanita Gerrikabeitia; y aunque murió hace años, su memoria sigue en mí fresca y permanente. Nunca podré borrar de mi recuerdo a aquella mujer orgullosa y digna, que vivió en silencio, siempre trabajando y pendiente de su numerosa prole. No tuvo muchas comodidades, ni le dimos muchas satisfacciones, y murió como vivió, en silencio, sin estridencias.
Fue una mujer orgullosa siempre de sus hijos, estuvieran en la prisión o en el Congreso de los Diputados, y vivió con la angustia en el corazón y esperando que en cualquier momento llamaran a la puerta… Y siempre estuvo dispuesta a defendernos ante cualquiera. Tengo ante mí la imagen imborrable, entrañable, de esta gran mujer, sentada en la cocina, que era su trono, con el delantal de mahón extendido y esperando que sus hijos depositáramos la paga que habíamos cobrado en la fábrica por nuestro trabajo. Todavía creo ver aquella mirada de orgullo y felicidad.
A ella quiero dedicar este libro, como un recuerdo hacia la persona que me dio todo y jamás me pidió nada a cambio. ¡Gracias, madre! ¡Gracias, Juanita Gerrikabeitia, por todo lo que me has dado!
Jon Idigoras
La vida de Jon, la lucha de Jon, estuvo cargada de sufrimiento. Vivió siempre en el filo de la navaja. Le arrebataron amigos, compañeros, libertad… pero no le pudieron quitar un ápice del mayor patrimonio de las personas inteligentes: el humor. Ni la generosidad, ni las inmensas ganas de vivir y de sobreponerse a la adversidad que le acompañaron a lo largo de su vida, incluso en los momentos más duros. Quizás ello sea, sin él siquiera saberlo, la herencia de aquel Che Guevara que descubrió cuando comenzaba su misma trayectoria: la del revolucionario. Porque Jon fue muchas cosas a la vez, pero sobre todo una: revolucionario.
A lo largo de las páginas de este libro encontraremos a un Jon travieso, audaz, superviviente, rebelde, coherente, indomable, calculador, irónico, tierno, abnegado, valiente, solidario, pícaro, bravo, rudo, sencillo, entregado, sincero, transparente, infatigable, indestructible… imprescindible.
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