La enfermedad y las epidemias en la historia de la humanidad | Iñaki Egaña
Desde que nuestra especie dio sus primeros pasos en este mundo, y hasta la actualidad, el ser humano ha debido librar una batalla constante contra una serie de organismos microscópicos que se empeñan en amenazar nuestras vidas. Son los microbios patógenos, principalmente virus, bacterias, protozoos y hongos, que colonizan nuestros cuerpos y alteran nuestra salud hasta producir ese estado que conocemos como enfermedad. Y a veces nos matan. Acudimos a la Historia vasca de la humanidad, de Iñaki Egaña, para desentrañar detalles curiosos y trascendentales sobre la evolución de las epidemias -más sonoras y más silenciosas- y el modo en que las hemos combatido y afrontado a lo largo de los siglos.
La peste (1343) en Olite-Erriberri. Ilustración de Martintxo Alzueta en Historia ilustrada de Euskal Herria II
Las enfermedades | Historia vasca de la humanidad | Iñaki Egaña
La paleopatología estudia las enfermedades de nuestros ancestros a través de sus restos óseos. El estudio es obviamente reducido, pero ha dado un excelente resultado para definir los males que aquejaban a las comunidades prehistóricas, en especial los visibles en los fósiles: traumatismos y variaciones dentarias. También otras dolencias hereditarias.
Se han descubierto rasgos de malformaciones, bacterias y virus en fósiles de más de 300 millones de años, así como tumores en dinosaurios y mamíferos de hace 60 millones de años. Así pues, las enfermedades, como la muerte, están asociadas a la vida, son el eje central de la selección natural y, por extensión, de la evolución.
La artrosis ha sido calificada popularmente como “la enfermedad más antigua del mundo” y su incidencia ha sido encontrada no solo en homininos sino también en otros animales no mamíferos, como los reptiles. Junto a la artrosis, los traumatismos en el cerebro y en las extremidades son las huellas más notables de los períodos lejanos. Incluso huellas de traumatismos han sido halladas en restos de australopitecos.
Estas huellas nos han permitido, asimismo, tanto en el fósil sapiens como en el neandertal, encontrar la solidaridad para curar a los heridos. Desde tiempos lejanos, los traumatizados han recibido curas externas, desde chamanes o especialistas que en la actualidad llamaríamos médicos. Al parecer y en la mayoría de las culturas, con un marcado acento mágico.
Hay un hecho que se cita en contadas ocasiones, pero que, en el caso vasco, por la orografía de su terreno, ha tenido una influencia capital en la enfermedad: el calzado. Las innovaciones del siglo XIX, y en especial del XX, provocaron un descenso vertiginoso en neumonías y otro tipo de patologías relacionadas con la humedad que arrastraban las extremidades inferiores. Los avances tecnológicos, aunque sencillos como en este caso, el paso de las abarcas a los zapatos, han servido para mejorar la calidad de vida, en la misma medida quizás que los antibióticos.
La higiene en los partos fue otro de los secretos para alargar la esperanza de vida, a través del descenso de las muertes de los neonatos. Los antropólogos calculan que prácticamente hasta el siglo XX, la cifra de recién nacidos que no llegaba al primer año de vida era del 30 %. Y que la mortalidad de la madre durante el parto rondaba el 2 %. Gripe, pulmonía, meningitis, viruela y tuberculosis fueron las enfermedades más comunes que provocaban el fallecimiento de los neonatos.
La higiene en otros aspectos de la vida cotidiana también resultó crucial para superar numerosas enfermedades o evitar su transmisión. Uno de los efectos colaterales de la sedentarización fue el de la concentración de los desechos humanos y animales, en particular de sus excrementos. Los detritos, por lo general, eran lanzados a los ríos. A finales del siglo XIX y principios del XX comenzó a extenderse el alcantarillado en la urbanización de las ciudades. La falta de aseo personal y la concentración humana fue también la causa del incremento de roedores, chinches, pulgas y piojos que también hacían de transmisores de enfermedades.
Desde tiempos lejanos, el conocimiento de ungüentos, plantas y raíces medicinales ha sido la clave en la trasmisión oral de las comunidades para el tratamiento de las enfermedades que afectaban a los colectivos humanos. Hoy, los expertos hablan de la existencia de una farmacopea primitiva que incluía, sobre todo, elementos narcóticos y alucinógenos, en una forma de tratar la enfermedad desde aspectos psíquicos antes que físicos, según opinión de lo paleopatólogos.
Las enfermedades de origen animal
Hoy también sabemos que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, los sapiens tuvieron las mismas o muy parecidas enfermedades infecciosas que los simios. Pero también que la mayoría de las enfermedades y pandemias sufridas por la humanidad proceden de los animales, de su domesticación. Antes de este hecho, sin embargo, los homininos sufrían probablemente otro tipo de epidemias, hoy desconocidas. La agricultura y la doma de diversos animales silvestres sirvieron para que las comunidades humanas aumentaran extraordinariamente, pero su coste también fue equivalente a las ventajas que produjeron, en forma de nuevas enfermedades y epidemias que, en ocasiones, llegaron a extinguir grupos asentados durante siglos.
La lista de enfermedades causadas por la domesticación es muy extensa. Los humanos compartimos 26 enfermedades con las gallinas, 32 con ratas y ratones, 35 con caballos, 40 con bovinos, 42 con cerdos, 46 con corderos y cabras y 65 con nuestro más antiguo compañero animal, el perro. Hay otra serie de enfermedades de no transmisión, pero unidas estrechamente a la sedentarización, como es el caso de la anemia ferropénica, cuando el organismo tiene falta de hierro por el consumo casi exclusivo en la dieta de cereales.
Entre las enfermedades que causaron estragos entre los marinos vascos y europeos de la Edad Media estuvo el escorbuto, originada por la falta de vitamina C. Algunos datos relativos a las listas de quienes efectuaban viajes largos desvelan que en los trayectos podían fallecer por esta dolencia hasta la mitad de la tripulación. A principios del siglo XIX, un cirujano escocés descubrió que con la ingestión de cítricos la enfermedad no llegaba siquiera a producirse.
En la actualidad, y a pesar de la extensión de la higiene, de la vacunación y de los antibióticos, la proliferación de mascotas, en especial perros y gatos, mantiene un número alto de enfermedades transmitidas por estas especies domesticadas. Entre ellas la tiña, la toxocariasis y la toxoplasmosis. La salmonelosis se contrae directamente de anfibios y reptiles, así como de alimentos contaminados por las heces de esas especies.
Aquellas enfermedades que surgieron hace diez mil años se mantienen en la actualidad, sumadas a las tropicales que transmiten, en general, los mosquitos, y que ya estaban presentes centenares de miles de años antes de la domesticación. Las organizaciones mundiales de salud analizan por su grado de mortalidad un total de 25 enfermedades causadas por transmisión de bacterias de los animales a los hombres, de las que 17 destacan por su expansión, consideradas pandemias en alguna fase de la historia. De esas 17, ocho son de zona templada y nueve de los trópicos. También afirman que ocho enfermedades de origen animal, con gran carga de mortalidad en siglos anteriores, están hoy prácticamente erradicadas, entre ellas la rubeola, el tifus y la difteria. Estos mismos expertos afirman que la fase primera de la transmisión, de un animal a un humano, es difícil de comprender. En la quinta y última fase de la transmisión el organismo ataca únicamente al ser humano, como es el caso de la viruela, el sarampión o la sífilis.
El sida, la rabia, la sífilis y el ébola
Hay casos aislados y recientes, como el Síndrome de Inmunodeficiencia Humana (VIH-1 y VIH-2), conocido popularmente como sida, que provienen de animales salvajes, en este caso del chimpancé (VIH-1) que lo sufre en algunas zonas hasta en un 35 %. El VIH-2 que afecta a los humanos procede en cambio de otro simio, el magabey. Pero el Síndrome de Inmunodeficiencia Simia (VIS) no es tan mortífero en los chimpancés como en los humanos. Se han encontrado cepas que infectan también a los gorilas y a otras 43 especies de primates africanos.
El contagio entre los primates se produce exactamente igual que en los humanos. De manera horizontal, a través de las relaciones sexuales, y vertical, de madre a hijo, en el canal de parto y en el acto de amamantamiento. Únicamente hay monos con VIS en África, lo que sugiere la transmisión de un antepasado común.
¿Cuándo se produjo el contagio? Los primeros enfermos fueron detectados en EEUU en 1981 y sus síntomas que provocaban la muerte dieron lugar a todo tipo de teorías conspirativas. Hoy sabemos que la enfermedad se transmitió de los simios a los humanos alrededor de 1930, cuando la sangre de los monos contaminó a los humanos a través de heridas y cortes producidos en cacerías. Pero durante 50 años, el VIH estuvo reducido a África.
Sería, por tanto, una enfermedad contraída por animales silvestres, no domesticados. Al igual que la rabia, un virus que ataca al sistema nervioso humano y que provoca una mortalidad cercana al 100 %. Desde que se tienen registros de la enfermedad, únicamente han sobrevivido en el planeta siete personas afectadas por la rabia. Los perros son los trasmisores urbanos de esta enfermedad, mientras que los más habituales entre los silvestres son los murciélagos.
La rabia está extendida por todos los continentes, excepto la Antártida, pero el 95 % de las muertes que produce tienen lugar en Asia y África. De esas muertes, decenas de miles cada año, el 45 % son niños. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se administran unos 15 millones de vacunas tras mordeduras generalmente de perros infectados, lo que evita una gran mortandad. En Euskal Herria, la rabia fue tratada por los llamados saludadores, que chupaban el veneno de la víctima para expulsarlo.
Las treponematosis, venéreas o no, también parecen provenir de contagios con simios. La más conocida de estas enfermedades es la sífilis, cuya transmisión de Europa a América en el siglo XVI, a cuenta de la conquista, causó estragos entre la población autóctona. Los indígenas americanos estaban contaminados de la cepa no venérea hasta que la llegada de los colonos europeos les transmitió la venérea.
La sífilis fue una enfermedad estigmatizada que en el Mediterráneo fue conocida como “mal español”. Los turcos la llamaron “mal cristiano”, aunque durante la historia se ha conocido también con el nombre de “mal de bubas” y “avariosis”. Según la OMS, 3,5 millones de personas se contagian anualmente de esta enfermedad de transmisión sexual. Esa misma organización añade que anualmente 250 millones de personas padecen enfermedades de transmisión sexual.
La sífilis, junto a la peste y la viruela, fue una enfermedad que provocó la mayor mortalidad en la Europa medieval. Una dolencia que la Iglesia católica definió como “castigo divino” y afectó en el siglo XV al 15 % de la población europea. Se han encontrado restos prehistóricos de la enfermedad en la antigua China y la misma fue descrita por pasajes de la Biblia cristiana.
El virus del Ébola, que toma el nombre de un río de Congo, provoca una fiebre hemorrágica que puede llevar habitualmente a la muerte. Fue detectado por vez primera en 1976. Las últimas tesis apuntan a que los murciélagos, como en el caso de la rabia, son los huéspedes transmisores del virus. En 2019, el Ébola estaba fuera de control en Congo y había provocado ya la muerte de más de un millar de personas.
La tuberculosis y la lepra
En cuanto a los efectos de la domesticación en la transmisión de enfermedades de los animales de granja a los humanos, los paradigmas son la tuberculosis y la lepra, ambas procedentes del ganado bovino o de los cerdos. Los restos de tuberculosis en un humano fueron detectados en un cadáver exhumado en la actual Heidelberg (Alemania) de hace 7.000 años.
Sobre la presencia de tuberculosis en América antes de la llegada de los primeros colonos europeos, ha habido un debate permanente en el que la opinión mayoritaria apuntaba al hecho de que fueron los colonos los que trasmitieron la enfermedad, provocando una gran mortandad. Sin embargo, recientemente la Universidad de Arizona ha realizado un estudio en el que señala que hace mil años ya se encontraba una cepa de tuberculosis en América, trasmitida por focas. Falta por conocer su grado de virulencia con respecto a la cepa europea.
Aún en 2018, unas 25.000 personas mueren al año en América debido a la tuberculosis, a pesar de que la OMS señala que, a día de hoy, ya no es mortal. La pasteurización de la leche terminó en el llamado Primer Mundo con la enfermedad. Desde 1940, los casos se han reducido en un 40 %.
Todas las culturas antiguas hacen referencia a la tisis (tuberculosis) y en lugares como la actual India se trataba a los infectados como apestados, siendo apartados de la comunidad. En Euskal Herria, ha sido una de las enfermedades que más mortandad ha causado históricamente. Después de la Guerra Civil (1936-1937), tuvo un repunte extraordinario, provocando en Bizkaia uno de cada tres fallecimientos. Se abrieron sanatorios y su sola mención provocaba terror. Más de tres centenares de presos políticos de la cárcel de Ezkaba murieron de tuberculosis. En 2019 se dieron algunos casos, varios de ellos entre estudiantes del campus de la UPV en Leioa.
La Enfermedad de Hansen, conocida popularmente como lepra, surgió también a raíz de la domesticación. Se han hallado restos de infectados hace cuatro mil años en la actual India y posteriores en el Egipto faraónico. Los enfermos, leprosos, también han sido estigmatizados desde tiempos inmemoriales, bajo la creencia de que la enfermedad era sumamente contagiosa. En Donostia, por ejemplo, eran aislados en la isla de Santa Clara.
Con el tiempo, la enfermedad fue reduciéndose. Aun así, en la actualidad se calcula que hay unos tres millones de infectados en el mundo, aunque las cifras de la OMS reducen el número hasta los 200.000. Las leproserías, concebidas como guetos para los enfermos, fueron cerrándose, ya que el tratamiento de la enfermedad se realiza con antibióticos. La última en Europa, sin embargo, aún es gestionada por una comunidad de jesuitas, en la localidad española de Fontilles, hecho criticado por la OMS, que lo considera discriminatorio y apuesta por la inclusión de los enfermos.
Una de las señas de identidad de la lepra, que despistó a quienes investigaron sus cepas, es que tarda entre uno y veinte años en hacerse visible. En la actualidad, EEUU y Brasil son los países con mayor índice de contagio, producido en ambos casos por el consumo de carne de armadillo, el animal huésped de la bacteria. Aunque históricamente su huésped fue el búfalo.
La pasteurización de la leche que redujo drásticamente la expansión de la tuberculosis, hizo lo propio con la brucelosis, conocida también con el nombre de “fiebres de malta”. La brucelosis afecta a los humanos, pero también a animales silvestres y domesticados. Entre los primeros a ballenas, focas, marsopas y jabalíes. Entre los segundos, a vacas, cerdos, renos, ovejas, cabras, perros y camellos. Es mortal cuando afecta gravemente al sistema nervioso central, provocando enfermedades como la meningitis o la encefalitis. Lo que, sin tratamiento, supone una mortalidad para las personas del 2 %.
La brucelosis ha sido históricamente una enfermedad radicada en Euskal Herria, con unos índices altos con relación a su entorno. A veces costaba ser detectada porque su incubación se puede alargar durante meses. Hoy, las personas en riesgo de contraerla son veterinarios, esquiladores y pastores.
La gripe
Tradicionalmente se ha comentado que la gripe y la difteria fueron transmitidas por los perros. Los últimos estudios parecen confirmar que la gripe, la más mortífera de las pandemias junto a la peste, procede de los cerdos. Aunque, en los últimos años ha surgido una variante, la llamada gripe aviar.
Especialmente letal fue la llamada “gripe española”, que tuvo su máxima expresión al concluir la Primera Guerra Mundial, en 1918. Las estimaciones sobre su mortandad son diversas, pero la mayoría superan los cincuenta millones de muertos y alcanzan los cien millones, según fuentes. Fue la mayor pandemia registrada en la historia de la humanidad. Los expertos calculan que uno de cada tres habitantes del planeta fue contagiado. En Euskal Herria su incidencia fue notoria, aunque el país más afectado fue China, donde murieron 30 millones de personas.
La gripe de 1918 fue especialmente trágica porque afectó a los colectivos supuestamente menos vulnerables, los jóvenes. Al contrario que las modernas, la de Hong Kong de 1968, o las aviares del siglo XXI, que fueron mortales para las franjas de población más desprotegidas, ancianos y niños. La pandemia afectó también a animales domesticados, perros y gatos, que murieron también por millones.
Hubo pandemias de la gripe en 1580, conocida como el “catarro universal”. En 1957 la conocida como “gripe asiática”, la ya citada de 1968 y la última de 2009 originada en México. La nominación de la OMS a esta última como pandemia generó el cierre de todas las escuelas de México. La alerta creada por la pandemia llevó al Gobierno autónomo de Gasteiz a comprar ese mismo año 60 millones de mascarillas y 50 millones de pares de guantes. España compró 37,1 millones de vacunas contra la cepa de la gripe surgida en México y Francia 94 millones de dosis. Fue una pandemia, o mejor una alerta pandémica, inducida por los lobbies farmacéuticos que provocó unos beneficios desorbitados de sus empresas. La mortandad mundial de ese año debida a la gripe fue inferior a la de los años precedentes y posteriores.
Las vacunas
Las vacunas fueron la causa del descenso de enfermedades. Hasta 2018, en Ipar Euskal Herria eran obligatorias contra la difteria, el tétanos y la poliomielitis. Desde ese año, se añadió la obligación contra tosferina, hepatitis B, bacilo de Pfeiffer, neumococo, meningococo C, sarampión, paperas y rubeola. En Hego Euskal Herria, por el contrario, las vacunas no son obligatorias aunque el 100 % de los niños están vacunados. Las ofertas gratuitas son contra hepatitis B, difteria, tétanos, tosferina, polio, Haemophilus influenzae tipo b, meningococo C, neumococo, sarampión, rubeola y paperas (parotiditis epidémica), varicela y el virus del papiloma humano (esta solo para niñas).
El tétanos, hasta la llegada de la vacuna, ha sido una enfermedad provocada por un bacilo presente en el intestino de numerosos animales, que causaba una alarma extraordinaria entre las comunidades. Una de las razones se encontraba en que las sociedades rurales estaban en contacto permanente con animales y la otra en los tremendos dolores que manifestaban quienes eran contagiados por el bacilo. La OMS estima que cada año mueren en el planeta cerca de cien mil niños menores de 5 años como consecuencia del tétano.
Diversos mosquitos, pulgas, etc. trasmitieron enfermedades como el dengue y las fiebres tifoideas. Especialmente mortales fueron las tifoideas en el invierno de 1813 en Donostia y sus cercanías, provocando más de 1.500 muertos después de la ocupación napoleónica y la razia aliada dirigida por Arthur Wellesley. Aún en el siglo XXI se siguen produciendo casos de tifus en Euskal Herria. El dengue, por el contrario, es una enfermedad que se ha reproducido en las últimas décadas de manera universal, saltándose sus áreas tropicales para extenderse por el planeta. La OMS estima que cerca de 400 millones de personas han sido contagiadas, aunque únicamente el 5 % lo reporta.
Otra de las enfermedades endémicas es la malaria, al parecer la más mortífera en la historia del sapiens. Un mosquito, el anopheles, del que hay 465 especies en el planeta, trasmite el plasmodio, lo que provoca alrededor de un millón de muertos anualmente, a pesar de que existe una vacuna para enfrentarla. El historiador Timothy C. Winegard se atrevió a señalar que, a lo largo de la historia de la humanidad, ha matado a 52.000 millones de personas. El colombiano Manuel Elkin Patarroyo encontró la vacuna y entregó su fórmula a la OMS para su distribución gratuita por el planeta. Pero la presión de las empresas farmacéuticas ha originado que su expansión haya sido más lenta de la deseada.
En la actualidad, el ser humano es el único huésped del virus del sarampión. Al parecer, la enfermedad fue trasmitida por el perro. El cólera fue otra de las enfermedades que marcaron el siglo XIX. La primera pandemia se produjo en India en 1817, aunque hay otras citadas de forma dudosa desde el siglo XVI. Se expandió pronto y rápido por el planeta. Ya en la Primera Guerra Carlista, los ejércitos dinásticos que combatieron en Euskal Herria fueron diezmados por la enfermedad, que provoca la muerte por deshidratación.
La peste
Pero la pandemia que ha dejado un poso profundo en la historia de la humanidad, la epidemia por excelencia, la que trajo un ajuste biológico, fue la peste. La gente huía despavorida, quemaba sus posesiones y evitaba el contacto con el resto de sus vecinos. Durante siglos, la peste condicionó los modos y modelos de vida de nuestros antepasados. Se perdieron cosechas y ganados, se malgastaron haciendas, se agotaron generaciones e, incluso, Cortes y Juntas vascas tuvieron que prescindir de los impuestos con los que gravaban a sus poblaciones, diezmadas por la catástrofe.
Hasta bien entrado el siglo XX, el único recurso contra la peste fue el de los rezos. La sociedad vasca, y probablemente la humanidad al completo, ante tanta adversidad, abrazó con fuerza la religión más en boga en cada territorio para ponerse a los pies de quien, en principio, era, en teoría aunque no en la práctica, el único capacitado para poner fin a la epidemia. Cuando aparecieron los antibióticos, el fervor religioso decreció.
Izurri, en euskera, estaba caracterizada por la aparición de un tumor en las ingles. El agente causal de la peste es un pequeño bacilo capaz de invadir los órganos y la sangre del huésped. El ser humano se contamina por contacto con roedores a través de pulgas infectadas. Tras un período de incubación, se manifiestan los síntomas: nauseas, agotamiento y fiebre muy elevada que llevan al afectado a una fase de delirio. El desconocimiento del origen de la enfermedad dio lugar a todo tipo de conjeturas.
La peste fue una epidemia que llegó desde las estepas asiáticas durante el Imperio romano y redujo la población a la mitad. Parece que en los 500 años posteriores no hubo noticias hasta la brutal expansión de 1346. Dicen que entonces las llamadas “ratas negras” trajeron desde la India la temida epidemia y que, como hasta entonces Asia había permanecido prácticamente aislada, el bacilo no había viajado.
La enfermedad se propagó a partir de los barcos, que eran el medio natural de locomoción para seres humanos y ratas. Cuentan las viejas crónicas que hasta el siglo XIV la rata negra, portadora y sufridora también de la enfermedad, se mantuvo en las áreas mediterráneas. A partir de entonces se dispersó por el norte de Europa.
La citada de 1346 llegó a devastar poblaciones enteras que desparecieron del mapa. En Euskal Herria, la nueva y desconocida dolencia entró sin barreras, llegando hasta los últimos rincones del país. Nadie se salvó de ella. En septiembre de 1348 desembarcaba en Baiona la hija del rey Eduardo III que iba a casarse con el heredero del rey de Castilla. La infanta no tuvo tiempo de cruzar el Bidasoa porque fue contagiada y murió en el intento. Dos años después, en marzo de 1350, moría también a causa de la peste el rey castellano Alfonso XI.
En Navarra fue llamada la “grant mortaldat primera” que produjo “grant disminución de gentes” y que daría inicio a una serie de repuntes durante el siglo XV. Con motivo de la epidemia que asoló Navarra a finales del siglo XVI, el doctor Undiano de Pamplona atribuyó la misma a un pequeño cometa de color ceniciento que apreció el 13 de julio de 1596. En el año 1348, Gasteiz sufrió las consecuencias de la peste, muriendo la cuarta parte de la población. Como el vulgo achacara el mal a los judíos, acusándoles de haber envenenado las aguas, estos tuvieron que encerrarse en sus viviendas durante una buena temporada para evitar ser linchados.
Bartolomé Benassar calculó que el brote de peste que afectó al norte de la Península Ibérica del año 1596 al 1602 llevó a la tumba a medio millón de personas. Otros brotes como los de 1648-1652 y 1677-1685 duplicaron con creces aquellos números. Los datos exactos para Euskal Herria son muy complicados de obtener, pero las pequeñas parcialidades que nos dan los archivos de la época nos ofrecen un panorama desolador. Buena parte del país quedó despoblado por los efectos combinados del hambre y de la peste, provocando que una de las pocas salidas naturales a la miseria, sino la única, fuera la del éxodo hacia América.
La peste, junto a la viruela, ha sido oficialmente erradicada. Así como la peste ha sido la pandemia por excelencia, la viruela ha acompañado, hasta 1978, año de su total erradicación, la historia de la domesticación. Se calcula que apareció en el Fértil Oriente hace nada menos que 12.000 años y que los ordeñadores de las vacas transmitieron la bacteria a la especie humana. Como si la Guerra Fría aún no hubiera concluido, dos laboratorios conservan cepas de la viruela, uno en EEUU y el otro en Rusia.
La viruela fue la causa principal del desmoronamiento de los imperios inca y azteca, ante la llegada de los colonizadores europeos. Sin defensas, la población nativa, como sucedió en África y en Australia en otros momentos, fue diezmada, con una mortandad que alcanzó al 90 % de los infectados.
Evolución y mutaciones
Otra dolencia habitual de la humanidad en su historia ha sido la apendicitis que causaba, según estimaciones, el 1 % de las muertes en cualquier época, hasta que la cirugía logró extirpar el apéndice y evitar la propagación de la infección. El apéndice es una reliquia que, en la actualidad, no tiene función alguna, y proviene de cuando nuestros ancestros eran herbívoros: permitía fermentar los alimentos para digerir la celulosa de las plantas. Ante su desuso, fue menguando de tamaño, desde los 30 centímetros hasta los dos actuales. Ahí surgen los problemas, cuando se cierra el conducto del todo, provocando una infección que puede generalizarse. La evolución, cuyas pautas son lentas, al menos en esta ocasión, irá eliminando el apéndice. De hecho, hay niños que ya nacen sin apéndice.
En signo contrario, por ejemplo, la evolución ha creado mutaciones para que los humanos puedan adaptarse a alimentos a los que no estaban preparados: el sapiens es la única especie que se alimenta de leche materna de otros animales. Todos los mamíferos segregan una enzima llamada lactasa que, en la medida en que los cachorros van destetándose, desaparece. Sin embargo, los humanos de algunas regiones del planeta han desarrollado cambios en su organismo que permiten la secreción de lactasa durante su vida adulta. La falta de esta enzima provoca la indigestión de la lactosa, el azúcar de la leche. La mayoría de las comunidades que no han hecho uso de la leche animal para la cría de sus hijos, en especial en África, tienen intolerancia a la lactosa.
Iñaki Egaña. Capítulo extraído del libro Historia vasca de la humanidad
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