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Los sucesos del Stonewall Inn (1969) · Itziar Ziga en 'Malditas'

Este es un libro de gestas escrito para negar esa historia única del feminismo en la que las mujeres más oprimidas tienen un papel secundario y pasivo, a remolque casi de las más privilegiadas. Mujeres negras, anarquistas, transexuales, bolleras y pobres de todos los tiempos consagraron su vida a una lucha feminista radical que no solo combatiera la opresión de género, sino todas las opresiones que atravesaron sus vidas. Recordamos los sucesos del Stonewall Inn con un extracto de Malditas. Una estirpe transfeminista.

El Stonewall Inn era un bar situado en el Greenwich Village neoyorkino (Christopher Street, 54) donde se atendía a clientela gay y se les permitía bailar libremente en sus dos pistas. Pocos bares lo hacían, la caza policial de homosexuales durante los cincuenta y especialmente en los sesenta se cebaba en clausurar los escasos lugares donde podían reunirse y ser posibles. Las redadas eran continuas y los nombres de los detenidos por conducta inmoral aparecían al día siguiente en los principales periódicos arruinando sus vidas. La policía solía dividir a la desviada clientela en tres grupos: supuestas mujeres, supuestos hombres y supuestos hombres vestidos de mujer. Es decir: bolleras, maricones y travestis. Las segregaban por su presunta genitalidad y el tercer grupo era conducido a los lavabos para que la policía pudiera comprobar qué tenían entre las piernas y de paso ultrajarlas. El asalto sexual de los agentes iba especialmente dirigido hacia las bolleras. Pero la mafia italiana era experta en lucrarse al margen de la ley y en arreglo con la policía. Pagaban el soborno a los agentes de turno y continuaban con el negocio. Aunque las bebidas de garrafón al doble del precio habitual eran intragables y a pesar de las redadas continuas, el Stonewall era, según Martin Boyce, uno de los participantes en los disturbios, como «un abrevadero en la sabana». Un lugar donde poder mostrarse como eran, soltar sus plumas y bailar en parejas prohibidas merecía ser defendido con la propia vida.

A la 1:20 de la madrugada del sábado, dos agentes uniformados irrumpieron en el bar. Dentro aguardaban cuatro secretas que llevaban un rato fijándose en clientes a los que detener. Como las redadas eran habituales, todo el mundo sabía lo que iba a suceder. En cuanto se encendían las luces y se apagaba la música debían formar filas y tener su documento de identidad a mano. Pero aquella noche la clientela del Stonewall no quiso colaborar con su propio arresto. Había unas doscientas clientas divirtiéndose, Sylvia Rivera entre ellas, y la policía decidió darles una lección por su desacato y detenerlas a todas. Fuera del bar rápidamente empezó a congregarse gente que protestó cuando los primeros detenidos de la noche eran transportados a los coches de policía. Una drag queen pegó un bolsazo a un policía en la cara. La multitud insultaba a los agentes y se reía de ellos.

Primero llovieron monedas hacia los coches de patrulla, después botellas. Los refuerzos policiales no llegaban. Alguien gritó «Gay Power». Los maderos se pusieron nerviosos y trataron de derribar a las agitadoras. La multitud fue envalentonándose cada vez más. Con el caos, varios de los detenidos escaparon. Se trató de volcar el furgón, pero los tres vehículos policiales huyeron en busca de refuerzos. Comenzaron a volar ladrillos de una obra cercana contra los agentes. Diez policías se atrincheraron dentro del bar con la clientela que aún quedaba retenida, dos periodistas y varios agitadores del exterior que fueron apresados como rehenes.

Cortaron los cables del teléfono del bar para incomunicar a la policía. Miss Nueva Orleans, ayudada por otras drags, Sylvia Rivera entre ellas, arrancó un parquímetro y lo usaron como ariete para abrir la puerta del Stonewall. Alguien fue a por queroseno. Los contenedores de basura ardían. Se rompieron las ventanas y la turba entró en el bar saltándolas. Las puertas se abrieron. La policía apuntaba a la multitud encolerizada. La policía tenía miedo. La batalla inicial había durado 45 minutos y en la calle seguían cientos de manifestantes enaltecidos por aquella primera victoria. Llegaron los antidisturbios que marchaban en falange. Un coro de travestis y maricas se colocó enfrente para bailar un cancán. Más detenciones, más resistencias. La multitud rodeaba la manzana y aparecía por todos los flancos cercando a la policía. Llovieron los porrazos. En algunos gloriosos momentos, la policía huía despavorida. Una panda de mariconas estaba contraatacando con inesperada fuerza. A pesar de que los agentes destrozaron después el interior del bar como venganza, el Stonewall Inn volvió a abrir la noche del sábado.

Tras la primera batalla, la multitud en rebeldía se reunió en el parque Christopher en una asamblea improvisada. Aquella misma noche se imprimieron 5.000 octavillas denunciando a la policía y a la mafia. Por vez primera eran una comunidad política que se iba a defender de la violencia hegemónica heteropatriarcal. Los disturbios se repitieron con más violencia las dos noches siguientes.

«¿Sabes qué fue lo más bonito de aquella noche? Ver a los hermanos y las hermanas de pie como una gente unida», evocaría siempre Sylvia Rivera.

Martin Boyce, uno de los amotinados, describe así el regreso a la calma. «Al día siguiente de la primera revuelta, cuando acabó todo pero aún no había amanecido, recuerdo que me senté junto a una puerta, agotado, y miré la calle. Aún estaba lo bastante oscuro para que la luz de las farolas se reflejara en todos los cristales rotos, en todos los destrozos. Y la ropa de colores enganchada en distintos sitios. Era como si estuviera todo decorado, era precioso. Relucía como la mica. Era como si la calle de la pelea estuviera llena de diamantes, como una recompensa. Y pensé: lo hemos logrado. Pero esto lo vamos a pagar muy caro». Solo un gay puede describir tan preciosamente el escenario tras la batalla.

Algunas sobrevivieron al desarraigo, a la vida en la calle, a la violencia policial, al hostigamiento de la mayoría normalizada, a los crímenes de odio, a la cirrosis, a la sobredosis, al sida, a los intentos de suicidio. Algunas resistieron también al aburguesamiento y a la traición de buena parte del movimiento gay. De ese movimiento de liberación gay que ellas iniciaron aquel mítico 28 de junio de 1969 cuando acorralaron por vez primera a la policía en las únicas calles que habían logrado ganar al heterofascismo que invadió Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Algunas sobrevivieron incluso para contarlo, para narrar la gesta como sucedió, sin las posteriores mitificaciones que nada inocentemente tratan de reducir la hermosa fiereza de la batalla y atribuyen el mérito a los gays blancos de clase media que no estuvieron allí, ocultando a las aguerridas travestis callejeras. Así de rotunda se expresaba Sylvia Rivera en el año 2000: «Estoy furiosa porque la comunidad gay no respete lo que yo y otras trans hicimos para liberar a cada gay. La comunidad gay no recuerda que si no fuera por la gente de esa noche, esas drag queens de mi época, sin nosotras las trans, no hubiera existido ninguna liberación gay para nadie».

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