Con el palio hemos topado Tradiciones religiosas y representación política
Cuando se defienden ciertas festividades populares actuales, se recurre a la tradición como argumento más socorrido. Se sugiere que esta tradición fue siempre homogénea y uniforme. Y que, por supuesto, nunca hubo voces discordantes contra ella. Probablemente, lo fuera así, pero estaría bien saber a qué precio. Lo habitual fue la desaparición de cualquier voz disonante o heterodoxa con el poder teocrático que imponía manu militari lo que dictaba la Iglesia al alimón con el poder político. El llamado poder religioso cuando siente que un acto ofende alguna de sus abracadabrantes creencias o hiere, según él, el sentimiento religioso de algunas gentes, llama al poder político-militar y retira al momento el motivo de esa ofensa. Al revés no ocurre nunca. No ocurre jamás que, cuando una persona se ofende de que haya gente que diga que habla con gente invisible o que come el cuerpo y bebe la sangre de un individuo –actos caníbales donde los hubiere–, nadie, ningún poder, ni político, ni judicial, viene a defenderlo de las ofensas que están infligiendo a esa persona ofendida, al sentido común, la racionalidad y la ciencia.
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