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Así intentó sabotear Manuel Valls el proceso de desarme de ETA

Manuel Valls, hoy candicato de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona, ocupó puestos clave en el Gobierno francés durante de la presidencia del socialista François Hollande, en los años posteriores al alto el fuego definitivo de ETA en 2011. Valls fue nombrado ministro de Interior en 2012 y primer ministro en 2014, y desde ambas instancias, con todo el poder de decisión en sus manos, se dedicó a obstaculizar el proceso de paz y, más concretamente, los intentos de desarme de ETA. Lo cuenta Iñaki Egaña en este capítulo del libro El desarme. La vía vasca.

El 20 de octubre de 2011 ETA declaró un alto el fuego definitivo e hizo un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo destinado a solucionar las consecuencias del conflicto: presos, exiliados, desarme, víctimas... Manuel Valls, ministro francés de Interior a partir de 2012, trasladó a los mediadores internacionales que no tenía intención de reunirse con ETA, y que ni siquiera estaba interesado en abrir un canal de comunicación. Por si había dudas, también hizo llegar su postura, en nombre del Ejecutivo galo, al Henry Dunant Centre para el Diálogo Humanitario: "El Gobierno francés no está dispuesto a entrar en proceso alguno de intercambio con ETA".

Cuando los tres delegados de ETA estaban en Oslo habían recibido noticias de los facilitadores en relación a la postura del Gobierno francés. París había establecido un pequeño grupo para abordar el desarme de ETA y en general el proceso abierto a partir de la declaración de octubre de 2011. En este grupo estaban el presidente Hollande y su ministro del Interior Manuel Valls, así como algunos agentes de alta cualificación de los servicios de inteligencia.

La Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) tenía una relación especial con el presidente Hollande a través de su director. En abril de 2013, los servicios de espionaje exterior franceses dieron un vuelco radical a su diseño. En esa fecha se produjo el relevo de su director, Erard Corbin, un viejo funcionario de Interior que había hecho méritos estructurando las prefecturas, por un cuadro político a decir de los expertos, el más preparado para el cambio en la seguridad mundial: Bernard Bajolet.

Bajolet ya había coincidido con Hollande en 1978, en la embajada francesa de Argelia. Desde entonces eran habituales y amigos de familia. El nuevo director de la DGSE cambió las prioridades francesas en el exterior y las enfocó hacia el seguimiento del yihadismo. En los años anteriores a su nombramiento, Bajolet, que hablaba árabe a la perfección, había pasado por las embajadas francesas de Siria, Jordania, Irak, Bosnia, Argelia y Afganistán.

El cambio de orientación de la DGSE y su enfoque hacia el yihadismo provocaría que para los servicios secretos el tema de ETA fuera secundario. Incluso, en esas idas y venidas de los facilitadores, los agentes del espionaje francés preguntaron a ETA si la organización vasca tenía conocimiento de redes de abastecimiento de armas para yihadistas en su área de influencia. Pregunta sorprendente para los militantes vascos, que consideraban el yihadismo en las antípodas de su actividad. Y porque los franceses, a juicio de los miembros de eta consultados, también en prisión, debían saber de sobra cómo se había armado la organización vasca en su historia, lejos de esas desconocidas redes. En marzo de 2016, ETA condenaría los atentados del ISIS ocurridos entonces en Bruselas. Lo hizo de forma pública en un comunicado difundido con motivo del Aberri Eguna.

Siempre según las versiones de los facilitadores, el Gobierno francés se encontraba dividido entre los escépticos y los pragmáticos. Para los primeros, ETA podría dar algunos pasos para usarlos como anzuelo y así apuntar que el Gobierno francés había entrado en una negociación con la organización. Este sector, cuya cabeza visible era Manuel Valls, señalaba que de producirse sería una catástrofe para las relaciones entre España y Francia.

El segundo de los grupos, el pragmático, opinaba que eta debería dar pasos significativos en el desarme. Una «propuesta seria» y que, por «razones prácticas», deberían explorar con la organización armada alguna salida para su armamento a fin de que, por ejemplo, este no acabase en el mercado negro.

En febrero de 2012 ETA ya había enviado una carta con cuatro apartados a Nicolas Sarkozy, entonces presidente francés, con el objetivo de «abrir un canal directo y permanente de comunicación con el Gobierno francés, al margen de todo cambio coyuntural». ETA envió una misiva similar a Rajoy, con los mismos cuatro puntos y un quinto añadido: «Somos conocedores de que ha sido informado de las gestiones realizadas hasta el momento, de los compromisos adoptados por el anterior gobierno y de la situación actual».

Para completar el círculo de interlocutores y siguiendo el consejo de los facilitadores, la organización vasca también había enviado entonces una tercera misiva, esta vez a Patxi López, lehendakari de la Comunidad Autónoma Vasca:

Ha transcurrido más de un año desde que el Gobierno de España dirigido por el PSOE nos trasladó su voluntad para afrontar un proceso de soluciones integral, que abordara tanto las consecuencias como las razones políticas del conflicto. Ponían como única condición que eta declarara un alto el fuego definitivo. Posteriormente, como bien sabe, el Gobierno de España asumió compromisos concretos, ante ETA y ante destacados agentes internacionales.

En octubre de 2012, la organización armada vasca volvió a escribir una carta, esta vez a Hollande, presidente de la República después de las elecciones que habían terminado con Sarkozy, ya con más detalle. ETA consideraba que el orden del día de esas conversaciones que proponía a París debería recoger dos puntos: los presos y exiliados y «el desarme y desmantelamiento de las estructuras armadas de ETA y la desmovilización de sus militantes».

La cosas fueron evolucionando desde una ambigüedad francesa en los mensajes que le llegaban a través de los facilitadores para ir recalando poco a poco en la constatación de que el bloqueo auspiciado por España se trasladaba también a Francia. ETA valoraba en su medida los dos sectores, escépticos y pragmáticos, y para ello apuntaba a que debería dar pasos que no pudieran ser vistos como ataques frontales a los «duros». Pero también era consciente de que esos sectores duros siempre existirían e incluso podían ser utilizados como excusa para fortalecer las posiciones del Gobierno francés ante un hipotético diálogo.

En ese tanteo inicial que Hollande mantuvo con los facilitadores, las puertas no parecían cerradas del todo. Al no tener un conocimiento exacto de la situación, ETA solo barajaba hipótesis. Francia podría adquirir un perfil propio no demasiado alejado de Madrid, o simplemente mantendría total sintonía con España en el bloqueo.

El tanteo duró unos meses. En algún momento eta llegó a abrir otra hipótesis, la de que el Gobierno francés estaba haciendo de avanzadilla para el Gobierno español. Fue una hipótesis fugaz, sugerida por la visita citada que recibieron a fin de año los delegados de ETA en Noruega. Aquella visita de un emisario del ministro del Interior español que no tuvo más recorrido.

Noruega intentó mediar en este desacuerdo y en la falta de interés de Madrid y París por abrir la puerta a las conversaciones. Este intento y algún movimiento del presidente Hollande terminaron por romper la discreción de los halcones, Manuel Valls y Laurent Hury, el jefe de la división específica contra ETA en Pau. Manuel Valls amenazó a su propio presidente con salir públicamente denunciándolo por negociar con ETA. Y Laurent Hury, que asistió en París a varios juicios contra ETA, lanzó la ristra de argumentos habituales en los sectores españoles de la ultraderecha: que el fin de ETA era una «tregua trampa», que ETA seguía formando y entrenando comandos...

ETA hizo una lectura reposada de la nueva situación con respecto a Francia manifestando internamente que el planteamiento de París seguía siendo fundamental para el proceso, a pesar de la pugna interna saldada con el triunfo de las tesis de Valls. Creía que necesitaba audacia y decisión en sus propias propuestas y apuntaban a que buscarían un modelo para abordar esa exigencia francesa, anterior al órdago de Valls, de ofrecer un «paso histórico». Para eso, se autoexigía trabajar con hipótesis reales, y pensar en claves más allá de las cortoplacistas. Aun así, en ese baño de realismo, la principal cuestión que abordaba ETA era la más obvia. Un proceso de desarme, tuviera el diseño que tuviera, no podía ser unilateral. Luhuso aún no era ni una opción. Y en esa idea, la complicidad francesa seguía siendo imprescindible.

Así pues, de forma verbal a través de los facilitadores, ETA envió de nuevo el mensaje ya citado en un capítulo anterior en el que la organización armada mostraba su disposición a estudiar una iniciativa de desarme si el Gobierno francés mostraba interés. Sin embargo, el bloqueo francés era total. No había resquicios para profundizar en vía alguna por más que la organización armada lo viera. El verdadero obstáculo era Manuel Valls, dueño y señor de las decisiones sobre la cuestión vasca. Ni siquiera el primer ministro Jean-Marc Ayrault, que estuvo en el cargo hasta finales de marzo de 2014 y fue sustituido precisamente por Valls, conocía detalles de las idas y venidas de ETA. Lo pudo atestiguar la socialista vasca Sylviane Alaux, que coincidió con Ayrault en un viaje institucional a Canadá. Como era habitual en ella, no perdía ocasión en sacar el tema del desarme y en la necesidad de que el Gobierno francés lo abordara con diálogo, y lo hizo con el primer ministro, quien se sinceró y le respondió que desconocía todo el proceso. Valls era el hombre destinado a tomar las decisiones.

Y Valls era el caballo de Troya de los sectores españoles más inmovilistas. Alaux lo recuerda:

El contacto con él fue muy violento. Siempre he dicho que es un tipo realmente peligroso. Tenía un odio... Nunca se me olvidará cómo, en una sesión de la Asamblea Nacional, entrada ya la noche, me apuntó directamente con el dedo cuando habló de unos atentados que había habido y dijo: “Combatiré el terrorismo allá donde se encuentre, ya sea de Al Qaeda ya de ETA”. Llevaba tiempo pidiéndole una reunión, cuando era ministro de Interior, para hablar sobre lo que pasaba en el País Vasco. Siempre daba largas. Incluso llegó a decir a un diputado que no se reuniría conmigo jamás “porque es una terrorista infiltrada en las filas del Partido Socialista”. Al final, convencí a mis otras dos compañeras parlamentarias [Colette Capdevielle y Frédérique Espagnac] y después de mucho insistir nos recibió en Matignon. Le dijimos que habíamos preparado un dossier sobre el proceso de paz, presos, etc. “¿Qué proceso de paz, haría falta una guerra para eso, no?”, contestó desde el asiento de su escritorio, con su vaso de whisky en la mano. Lo dejó en su mesa con desdén, sin abrirlo ni mirarlo. Al marcharnos lo cogí de nuevo y se lo tendí insistiendo para que lo leyera.

Artículo elaborado con extractos del libro El desarme. La vía vasca, de Iñaki Egaña

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