Situaciones berlinesas
«La verdad es que Mario no tenía ningún motivo para quejarse de la vida. Y, sin embargo, entró en crisis». Puede que sus 32 años sean razón suficiente para entender por qué de la noche a la mañana ya no aguanta la música de Kusturica ni el olor a comida que sus compañeros de piso rumanos dejan en las cocinas.
A fin de recuperar su ansiado equilibrio, Mario pone en marcha un plan para librarse de los rumanos pero, a partir de ahí, los hechos empiezan a desarrollarse a gran velocidad. Pronto se verá rodeado de un grupo de personajes que, lejos de ayudarle, le sumergirán en un profundo caos: su madre, una sesentona progre en regresión; su hermano, un especulador inmobiliario que echa pestes del capitalismo; una tendera bosnia que aboga por el sexo rápido; un conejo rosa que presiona a su hermano para que pague sus deudas… un amplio elenco de relaciones personales y laborales «tercerizadas».
A caballo entre Tom Sharpe y John Kennedy Toole, Zelik retrata una sociedad en constante cambio. Pero esto no es Londres ni Nueva Orleans; es el Berlín reunificado.
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Lagun armatua, Muerte en Kreuzberg y Situaciones berlinesas, de Raúl Zelik, están lo suficientemente bien construidas para que merezcan nuestra atención. Pero puestos a destacar una de estas novelas, me inclino por Situaciones berlinesas, que retrata una sociedad plural en constante cambio tanto en las relaciones personales como en las laborales. Visitas inesperadas y confusas, idas venidas y la parentela que especula, derrota al banco de turno y se produce el gran desbarajuste. Divertida disyuntiva entre la vida libre y las exigencias económicas más primarias.