Cita en Zokoa: extracto del libro 'El desarme', de Iñaki Egaña
El experto internacional enviado por HDC siguió estrictamente las indicaciones recibidas. Debía partir andando desde la puerta de un restaurante situado en Zokoa, un barrio que comparten las localidades de Ziburu y Urruña, en la costa labortana. Tenía que pasar delante de la playa y dirigirse al cementerio cercano que desde la ladera pende sobre el mar para que los arrantzales allí enterrados puedan seguir mirando al Cantábrico. Es un hermoso lugar que rezuma historia; en la tumba de Kattalin Agirre (1897-1992), pilar fundamental de la red Comète, la placa reza: «Les combattants volontaires de la Résistance, a leur camarade» (Los combatientes voluntarios de la Resistencia, a su camarada).
El mediador debía entrar por una de las dos puertas inferiores del camposanto y cruzarlo hacia arriba, hacia la salida superior. Desde allí le observaba en todo momento el chófer que le esperaba para trasladarlo. Desde abajo, desde la playa y aledaños, mezclados entre bañistas y turistas, experimentados militantes hacían labores de contravigilancia para asegurarse que el facilitador no traía compañía. Era un momento crítico, pues si la cita se frustraba podía producirse un grave quebranto en la hoja de ruta con un gobierno, el de Rodríguez Zapatero, que ya había anunciado su final.
No era un miedo infundado. En la cita anterior, el facilitador había acudido desde Gipuzkoa, tras llevar a cabo algunas reuniones con otros agentes, y fue seguido por las fuerzas policiales españolas, al acecho en todo el proceso. Lograron dar esquinazo al operativo, que incluyó tomar alguna dirección contraria en Donibane Lohizune. Si no, el encuentro con los clandestinos se habría frustrado, con los consiguientes problemas y retrasos. En esta ocasión, el facilitador acudió directamente a la cita, tomando ya de antemano sus propias medidas de seguridad. Un viaje largo y, sobre todo, muy discreto.
La reunión con ETA debía producirse, tenía que llevarse a cabo. Cuando llegó al alto del cementerio, la persona que le esperaba le condujo a un vehículo aparcado en las inmediaciones y partieron hacia otro lugar cercano, donde realizaron un cambio de vehículo y de chófer. Todo había ido bien. De ahí lo condujeron, tras un largo trayecto por carreteras francesas, a un nuevo lugar previamente convenido, donde se haría cargo el último eslabón de la estructura clandestina de eta para llevarlo al lugar del decisivo encuentro.
Finalmente, el facilitador se reunió con Iratxe Sorzabal y David Pla para intentar cerrar la hoja de ruta. Las premuras de tiempo y los rigores de la seguridad no permitieron llegar hasta el último detalle, por lo que, en las semanas siguientes, habría aún mensajes cruzados entre las partes. Se puede colegir, aun así, que aquella reunión –aquellas dos reuniones– de verano de 2011 pusieron en marcha el reloj hacia Aiete.
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