¿Es Juego de Tronos una serie feminista?

Juego de Tronos: bueno, pues hablemos de dragones | Irati Jimenez

La verdad es que, ahora mismo y en plena fiebre ponienturienta, parece difícil decir algo relevante sobre Juego de Tronos que no se haya dicho ya. Pero lo intentaré porque tengo la sensación de que no terminamos de apreciar lo mejor que nos está dando la serie. Que es, en mi opinión, la naturalidad con la que ha transitado hasta un lugar profundamente feminista sin que, yo personalmente, lo estuviera esperando o hubiera reparado en ello hasta la sexta temporada, la penúltima que se ha emitido a la hora de escribir esto.

De aspecto medieval, pero de género fantástico al estilo de El señor de los anillos, Juego de Tronos empezó siendo bastante problemática desde el punto de vista del género. De hecho, no faltaron los artículos y comentarios que, desde el principio, criticaron un universo en el que las mujeres estaban constantemente amenazadas por un apabullante terror sexual, sometidas al dominio de todo tipo de hombres que las utilizaban a su antojo. Tampoco es que retratara un universo alegre para los hombres, pero la amenaza de la violación era exclusivamente femenina y, en la ficción, lo que no se desactiva o se desmonta, se afirma.

No era la única marcación de género que resultaba difícil de digerir. La diferencia entre los desnudos femeninos y masculinos ha clamado al cielo muchas veces y se ha señalado una y otra vez, en miles de artículos. Nada en contra de que aparezcan desnudos frontales de mujeres, al revés. Pero si podemos ver genitales femeninos sin problema y los ángulos de cámara están concienzudamente pensados para que jamás veamos los de un hombre, significa que el cuerpo femenino está a disposición de la cámara, mientras que el masculino se identifica con la cámara y, por tanto, se le respeta el pudor. Es el esquema mirador / mirado, sujeto / objeto, hombre / mujer que resulta tan problemático cuando no se contesta porque resulta falocéntrico, sexista y puritano. Y cutre, a estas alturas, también resulta cutre, la verdad.

Bien. Y si todo eso es cierto, ¿por qué está Juego de Tronos en esta lista? Fácil: porque ha cambiado. Ha cambiado tan asombrosamente para mí como –espero– admirablemente para los millones de personas que la ven. A lo largo de la partida las piezas se han movido tanto que, ahora mismo, son las mujeres las que dominan el relato, aliadas, además, con estereotipos masculinos profundamente antipatriarcales.

Iba a decir que, a partir de aquí spoilers, pero dudo mucho que quede alguien remotamente interesado en la serie que no haya visto ya el final de la sexta temporada. Si es así recordará cómo termina. Con una memorable escena marítima en la que un ejército de navíos se dirige hacia Poniente. Los encabeza Daenerys Targaryen, una mujer hecha a sí misma, entregada en matrimonio por su hermano y heredera de un legado de reyes locos que se ha prometido a sí misma dejar a su muerte un mundo mejor del que le ha tocado vivir.

Junto a ella, el mayor grupo de seres destruidos por el patriarcado que se pueda imaginar. Por un lado, Yara Greyjoy y Theon Greyjoy, una lesbiana destronada hija de otro rey lamentable y un castrado cuyos genitales fueron entregados como trofeo de guerra; por otro, Lord Varys, un eunuco conspirador y, cerrando el equipo, Tyrion Lannister, un enano que mató a su padre cuando ya-no-soportaba-mássus-insultos. Enanos, castrados, mujeres y bastardos que se oponen a padres que les han hecho daño y que han hecho daño a otros y que se han propuesto acabar con ese mundo de hombres. Esa es la alianza antipatriarcal con la que Daenerys quiere conquistar poniente para convertirlo en un sitio mejor.

¿Puede eso ser más feminista? Pues sí, puede. Porque mientras eso ocurre en el sur, en el Norte gobierna ya otro bastardo. De hecho, el bastardo por antonomasia, Jon Nieve, con ayuda de su medio hermana Sansa, el personaje protagonista que mayor nivel de violencia patriarcal sufre durante las seis primeras temporadas y la que lanza a las mujeres del mundo un mensaje más claro de supervivencia, en mi opinión. Porque Sansa se enfrenta a la opresión no con poderes sobrenaturales, dragones o una insuperable destreza con la espada, sino con algo que todas las mujeres pueden utilizar: resiliencia interior, alianzas estratégicas y el horizonte de esperanza que le ofrecen los pocos vínculos positivos que tiene. Si a eso le sumamos que en el centro del país reinan una mala persona que solo quería ser buena madre y su amante-hermano amputado, la conclusión es que, a falta de conocer el último movimiento, en Poniente quien no reina ya es el patriarcado.

Enanos, mujeres, bastardos, castrados y un poco de incesto. Gane quien gane, ¿no hemos ganado ya todas?

Acompañada de su ejército de supervivientes, Danaerys llega a la costa guipuzcoana, a flipar con el invierno que le espera.