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La historia de un encuentro • Fernando Pérez de Laborda, traductor de 'Un libro pirenaico'

Esta es la historia de un encuentro. El encuentro tuvo lugar durante el otoño de 1997 en un Flohmarkt de Hamburgo. Los mercadillos de las pulgas alemanes son como los antiguos desvanes de las abuelas: lugares en los que hay que entrar dispuesto a no cargar con trastos; nuestra diminuta casa no los admitiría. Pero siempre ha habido un espacio en mi casa para los libros. En los puestos germanos los tomos se ordenan por cajas de madera. Sobre ellas reposan los libros, enfilados, con el canto mirando hacia arriba. Mi mirada se detuvo sobre uno de ellos: rororo Kurt Tucholsky Ein Pyrenäenbuch 474. Lo saqué y observé la portada: una postal de los Altos Pirineos con el pico Gavarnie al fondo. Le di la vuelta y leí la contraportada: “Con su pluma alegre y satírica, Tucholsky descubre un paisaje repleto de personajes, retrata corridas de toros, monasterios, Lourdes y Andorra, huéspedes de hoteles y gente de campo”. Reedición de Rowohlt de 1987. Desde la primera, de 1957, 225.000 ejemplares vendidos. El libro me costó tres marcos.

 

A Kurt Tucholsky lo conocía de la universidad. Tampoco es que hubiera intimado demasiado con él, pero no me caía mal. Me lo encontraba con frecuencia durante los seminarios. Se hacía notar, levantaba la voz, criticaba con dureza los acontecimientos que tuvieron lugar en Alemania durante el primer tercio del siglo XX y, sobre todo, le ponía tal gracia e ingenio a sus ocurrencias que resultaba imposible contener una sonrisa. Cualquiera que fuera la polémica, siempre había una cita de Tucholsky que ponía los puntos sobre las íes. Sobre la guerra: “Hay muchas formas de derrotar a un adversario y la guerra no es la primera”. Sobre la familia: “Las tribus indias viven o en pie de guerra o en son de paz. La familia vive ambas a la vez”. Sobre los perros: “El perro de cada cual no mete ruido, solo ladra”.

El libro relata el viaje que en 1925 le condujo por el norte del Pirineo, desde Biarritz hasta Perpiñán, y muestra tres caras bien distintas de la sociedad que lo habita: la primera, un pueblo vasco aislado que se mantiene, a duras penas, fiel a sus milenarias tradiciones; la segunda, la ampulosa exhibición que la Iglesia católica muestra en Lourdes a raíz de las apariciones milagrosas; y la tercera, todo el inmenso espectáculo que supone el macizo central y el turismo montañero y balneario que allí se congrega.

El Tucholsky que leemos aquí no es ni el mordaz ni el folletinesco, el que, con su humor descarnado e hiriente, con su acento sarcástico, ataca sin reservas a las élites del estado y a los poderes jerárquicos. Nuestro Tucholsky ejerce un cierto control para no ofender al lector de este libro. No estaba atravesando una buena época y concibe el libro como una especie de búsqueda interior: “Viaje hacia sí mismo”, lo llega a titular en uno de los capítulos finales. Su lenguaje es más pausado, más observador, manteniendo un tono más complaciente, un humor más sutil y respetuoso, como bien se aprecia en las descripciones que hace del pueblo vasco. Su mirada muestra el respeto que uno siente por una abuela que, pese a su edad, pese a sus achaques, se sigue valiendo por sí misma. No percibe la agonía de un pueblo, pero sí su vitalidad y, quizá, su anacronismo.

Durante años rondó por mi cabeza la posibilidad de traducir este libro para darlo a conocer al público en castellano. Sabía que me iba a resultar tremendamente difícil transmitir a las editoriales mi entusiasmo por el libro y el autor. Después de mucho reflexionarlo me lancé a la aventura, lo traduje y lo envié. La editorial Txalaparta se mostró, desde el primer momento, tan entusiasmada como yo. A partir de ahí no había más que dejar que el proyecto rodara para que nos deparara varias sorpresas.

La primera de ellas fue que, leyendo una biografía suya, me enteré de que la primera edición fue impresa en 1927 bajo el pseudónimo de Peter Panter y que contenía 33 fotos hechas por el propio escritor, gran aficionado a la fotografía. Desde entonces ninguna otra edición había sido publicada con fotos. Por medio de internet pude localizar un ejemplar en un anticuario de libros de Holanda. En dos semanas dispuse en mi casa de aquella edición por el módico precio de cien euros. Una vez ojeado el libro, tuvimos claro que debíamos ser fieles al espíritu de Tucholsky y publicar la edición con aquellas imágenes.

Otra sorpresa la deparó una casualidad. Kai, el amigo que me acogió en Hamburgo al comienzo de mi estancia de siete años, trabaja, mano a mano, en la mesa de operaciones de un hospital, con el hermano del director del museo Tucholsky en Rheinsberg, cerca de Berlín. En cuanto pude me puse en contacto con Peter Böthig. Él me supo aclarar, mejor que nadie, todas las dudas que me habían surgido sobre algunos pasajes. El relato se remontaba a una época demasiado lejana como para que yo pudiera seguirle la pista. Me ayudó a encontrar más fotos y se mostró, en todo momento, dispuesto a colaborar en lo que pudiera con nuestro proyecto.

Era una obligación para mí como traductor y para Txalaparta, como editorial, presentar al público vasco a este autor alemán que nos visitó a principios del siglo XX y que se encuentra entre los más sobresalientes del periodo de entreguerras, vivió la época imperial, la Gran Guerra y la República de Weimar, con todos los trágicos episodios que allí se presentaron. Su obra ocupa siete volúmenes de textos y poemas y el reconocimiento le viene dado no solo por la crítica especializada, sino también por el público. De sus libros se han vendido en Alemania más de seis millones de ejemplares.

Un libro pirenaico

En 1925, el escritor Kurt Tucholsky llegaba al País Vasco continental, engrosando así la interminable lista de alemanes que hay “entre los investigadores de Eskual Herria, tal y como los vascos llaman a su país”. En la Baja Navarra encontrará que sus habitantes son “muy distintos del resto de ciudadanos de Francia” y quedará fascinado con los bertsolaris y el juego de pelota, también con la cantidad de guardias civiles y curas a este lado de la muga y con la libertad de la que goza la mujer vasca. Su viaje por tierras vascas se prolongaría durante semanas, para partir luego hacia el macizo central y acabar en Perpiñán. Su mirada es crítica y mordaz; no idealiza en absoluto lo que ve, no percibe la agonía de un pueblo, sí su vitalidad y, tal vez, su anacronismo. A través de su pluma alegre y satírica, traza un libro de viajes totalmente inusual para la época, divertido a la par que solemne, en el que habla con frescura y humanidad de individuos corrientes, sancionando ferozmente la autoridad del Estado, la Iglesia y la estupidez general imperante en el mundo.

Incluye fotografías originales de la primera edición y una extensa biografía del autor.

Kurt Tucholsky

Escritor y periodista, hombre de izquierdas, inconformista y antimilitarista, su obra fue quemada por los nazis. Autor muy leído en su tiempo y en la actualidad, en 1924 se acercó a Euskal Herria y plasmó su experiencia viajera en el libro Ein Pyrenäenbuch (Un libro pirenaico, Hamburgo, 1935). Se encuentra entre los más sobresalientes del periodo de entreguerras, vivió la época imperial, la Gran Guerra y la República de Weimar, con todos los trágicos episodios que allí se presentaron. Su obra ocupa siete volúmenes de textos y poemas y el reconocimiento le viene dado no solo por la crítica especializada, sino también por el público. De sus libros se han vendido en Alemania más de seis millones de ejemplares. En los últimos años varias de sus obras y artículos han visto la luz en castellano: Entre el ayer y el mañana y El castillo de Gripsholm.

Me ha agradado que haya uno más en esta sombría Alemania cuya manera de pensar y cuya moral socio-literaria me resulte tan cercana y afectuosa. No me ha agradado menos el hecho de que un antinovelista, un hombre de la prensa, sea capaz de escribir frases tan esmeradas, lúcidas y adecuadas (Hermann Hesse)

La astuta malicia con la que Tucholsky se mofaba de la República, de todas sus torpezas y falsedades, recordaba de lejos a Heinrich Heine. Había en él una parte de la gracia y la saña del gran poeta, sólo que muy poco de su ternura (Golo Mann)

El pequeño gordito berlinés que quiso prevenir una catástrofe con su máquina de escribir (Erich Kästner)

Tucholsky tenía un olfato instintivo para reconocer la calidad de una obra maestra. Ya en 1926 calificó El proceso de Franz Kafka como el libro más inquietante e intenso de los últimos años (Reich-Ranicki, el más reconocido crítico literario alemán del siglo XX)

 

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