María Llopis: “Cuidar es un honor, no tiene nada que ver con una carga”
La entrevistamos por email, tras varias semanas de llamadas e intercambio de mensajes, previos a la publicación de su último trabajo, La revolución de los cuidados. Una selección de entrevistas que, más que responder a nuestras dudas, nos pondrán patas arriba todas nuestras creencias sobre las ma/paternidades y los cuidados. Un proceso que María Llopis comenzó hace seis años con Maternidades subversivas. Ambos libros son un claro ejercicio de autosanación -autocuidados- y empatía -con todas las entrevistadas- que culminan, de alguna manera, en un epílogo que nos pondrá frente a nuestro propio espejo. Fotografía: César Segarra.
María Llopis (1975, Valencia) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, feminista pro-sex, activista postporno y artista multidisciplinar. Y madre de una criatura que se llama Roc. Coautora del grupo sobre pornografía y feminismo Girlswholikeporno (2004-2007), ha expuesto su trabajo e impartido talleres y conferencias por todo el mundo: Barcelona, Berlín, Ljubljana, Rio de Janeiro, Londres, San Francisco... Su trabajo forma parte de la exposición Genealogías feministas en el arte español: 1960-2010, comisariada por Juan Vicente Aliaga y Patricia Mayayo en el MUSAC (2013).
JON JIMENEZ: “El patriarcado son niños y niñas jugando a ser papás y mamás”, le leemos a Rut Muñoz en la última de las entrevistas de tu nuevo libro. ¿Sin cuidado de una misma no hay cuidado de las demás?
MARÍA LLOPIS: Lo que Rut intenta transmitir es que no es posible cuidar de tus hijos e hijas adecuadamente si tú no te colocas en el lugar de la persona adulta. Y vivimos en una sociedad de adultos infantilizados, incapaces muchas veces de ocupar esa posición, culpabilizando a la mamá que no tuve, al trabajo que no me gusta, al exnovio cabrón, al clima, a las estrellas... Echando la culpa fuera, instalados en la queja, sin hacerme cargo, como una adulta, de mi vida propia. Esa ha sido la gran revelación del maternaje de mi hijo Roc.
Y es que yo no puedo cuidar del otro sin cuidarme a mí misma primero. Porque las criaturas aprenden por imitación, y no por lo que se les dice o no. Si ven que cruzas la calle cuando está el semáforo en verde, aprenden a cruzar cuando el semáforo está en verde. Si tú cruzas en rojo pero le dices que hay que cruzar en verde, los mensajes son contradictorios y prima la acción sobre la palabra. Esto es supervivencia de la especie y lo hacen todos los cachorros. El del león observa cómo su madre consigue la comida, cómo evita determinados lugares por los depredadores... Copia e imita para sobrevivir.
Mi conclusión final con todo esto es que si yo quiero que mi hijo sea feliz, lo que tengo que hacer es serlo yo. Y yo cruzo con el semáforo en rojo si no pasan coches, y se lo explico a mi hijo. Pero es que vivo en un pueblo muy pequeño en el que en invierno hay muy poco tráfico. Atendamos las especificidades.
Crianza racializada, maternidad gitana, MENAS… En este sistema patriarcal y racista, ¿qué papel asumen la sociedad y las instituciones con respecto a los cuidados de los demás, sobre todo de las excluidas por su raza u origen?
Me encanta Silvia Agüero cuando se ríe de lo de maternidad en tribu diciendo que eso es la maternidad gitana de toda la vida. Ay, las payas, qué graciosas, que nos creemos que nos hemos inventado algo. Aquí te das cuenta del racismo sistémico, que es muy importante detectar: mucho hablar de que si los gitanos son machistas -¡como si los payos no lo fueran!- y un rasgo tan propio de su cultura como la maternidad en tribu se obvia. Si eso no es racismo que baje Dios y lo vea.
Desirée Bela-Lobedde nos señala también muy bien cómo muchas veces las blancas somos las machistas de las mujeres racializadas. Es que el racismo lo llevamos muy dentro. Yo me doy cuenta de cómo se me cuelan comentarios o comportamientos racistas, y para mí es un ejercicio de humildad y de aprendizaje que me los señalen, ser consciente. Es la única forma de cambiar.
La clave es escuchar. No dar voz, como dice Desirée; la voz ya la tienen, falta la escucha empática y activa, un concepto que también he aprendido en la crianza de mi hijo Roc. Una escucha capaz de generar cambio. Porque es desde ese vacío desde donde recibo realmente al otro, sin responder, ni dar soluciones, ni aplacar la ira, ni calmar el llanto... Simplemente estar presente y recibir al otro. Para que los procesos sigan su curso y las soluciones surjan, sin ser impuestas desde un lugar de autoridad o de superioridad. Ya sé que suena muy taoísta todo, pero es que funciona, ¡joder!
Una cuestión que no me cansé de repetir con Maternidades subversivas (y este libro es un poco una continuación de aquel) es que la maternidad nos concierne a todxs como sociedad, más allá de si tú tienes o no hijos biológicos, de acogida o de adopción. Porque muchas veces me he encontrado con la respuesta de “no, yo no tengo hijos y por lo tanto paso del tema”. No, lo siento, pero esto no lo comparto. Somos responsables de todas las criaturas, porque somos las personas adultas, una cuestión que en muchas otras sociedades se entendía muy bien.
Esta noción individualista, como si naciésemos de vasijas y muriésemos solos sin necesidad de cuidados ni acompañamiento, es sencillamente irreal. Y en dicha noción se sostiene para mí el sistema heteropatriarcal capitalista. En que los cuidados -a las criaturas, a los mayores, a los enfermos- no pueden mercantilizarse y ofrecerse como servicios externos. Que se lo cuenten a los enfermos de Covid-19 solos y aislados en los hospitales este año. A los ancianos solos y aislados en las residencias. Tienen todos los cuidados técnicos (alimento, calor, medicinas, limpieza), pero el cuidado es más que eso, ¡coño! Es soporte emocional. Y ese sostenimiento emocional solo se puede dar con amor.
De esto va este libro. No hay cuidado sin amor y no hay amor si no hay cuidados. Por eso los MENAS, los menores extranjeros no acompañados, son un colectivo del que debemos hacernos cargo más allá de cubrir sus meras necesidades técnicas, porque son criaturas que no tienen cerca a su familia, y nosotros somos su familia ahora. Son nuestra responsabilidad. Y, como dice Alicia Murillo, esto no es un discurso romántico izquierdoso, sino que es la ley española, que dice que cada menor, independientemente de donde proceda, tiene derecho a atención sanitaria, legal, psicológica, familiar y escolar.
Durante todo el proceso de edición, el título de tu trabajo era Maternidades subversivas 2. Como afirmas, podemos entender este libro como continuidad de aquel. Pero finalmente “maternidad” se ha convertido en “cuidados” y “subversión” en “revolución”, como bien resume Bansky en la imagen de portada. ¿Por qué?
Para mí maternar ha supuesto una revolución. Y ya sé que esta es una frase cliché, pero es que la llegada de una criatura a tu vida lo revoluciona todo. Te obliga a ocupar el lugar del adulto. A mí me ha costado mucho, porque vivía en un patrón victimista en el que era incapaz de hacerme cargo de mi vida a un nivel emocional. Aunque a otros niveles parecía que llevaba el timón del barco, en las cuestiones emocionales y relacionales era incapaz de hacerme cargo de mis decisiones, de mi camino. Ponía en el otro la responsabilidad de mi propia vida. Y esto genera una espiral de sufrimiento, en ti y en el otro.
Los cuidados son el gran tema de la época que estamos viviendo. Y la pandemia está sirviendo de foco, poniendo luz sobre la imposibilidad de vivir de espaldas a ellos. Y así como no puedo cuidar de mis hijes sin cuidar de mí misma, tampoco puedo sin cuidar del planeta, de la naturaleza, de los animales, de los recursos... La ecología es cuidado. Y la explotación de los recursos del planeta va de la mano de la explotación de los cuerpos. Esto ya lo hablábamos en Maternidades subversivas: una madre agotada, incapaz de maternar a su criatura desde el amor es un planeta exhausto, agotado e incapaz de sostener la vida.
De hecho Cristina Goberna nos advierte en el prólogo contra uno de los grandes éxitos del neoliberalismo: la capacidad de asimilar cualquier lucha o reivindicación que se sitúa al margen del sistema. ¿Nos puede pasar o nos está pasando algo así con los cuidados?
El foco debe ponerse en los cuidados de forma global. Yo creo que el neoliberalismo fagocita las luchas cuando ya han pasado, a modo de souvenir, como la imagen del Che Guevara, que está muerto y enterrado. Como ha hecho con el veganismo o la ecología. Es una especie de indicador de que la lucha debe ir por otro lugar ahora, que el paso siguiente está por tomar.
Hace poco leí que hay un feminismo fascista y que está avanzando a pasos agigantados. Se referían al feminismo abolicionista, colonial y racista con el que, por supuesto, yo no me siento identificada. El feminismo ya ha sido colonizado por el neoliberalismo, así como el barrio de Ruzafa de Valencia en el que vivía cuando estudiaba Bellas Artes ha sido gentrificado y es ahora un decorado hipster.
Yo, que siempre me he considerado feminista ante todo, reniego a veces del término porque los debates en torno a determinados temas me parecen una pérdida de tiempo. La cuestión para mí es ver por dónde sigue mi camino y avanzar de forma intuitiva, que es la única forma que tengo de hacer las cosas. Por eso la vinculación necesaria entre amor y cuidados.
La crianza de niños y niñas está bastante bien abordada a lo largo de todo el libro, aunque también tratas, en menor medida, el cuidado de padres y madres. Con el libro ya en la mano, ¿a quién incluirías ahora en este trabajo? ¿Qué temas crees que has dejado sin tocar?
Pues todo el tema sobre permacultura y consciencia ecológica que aborda el libro El mito vegetariano, de Lierre Keith. Cuando te estaba respondiendo a las preguntas, pensaba para mí: joder, ni siquiera he puesto este libro en la bibliografía y es un pilar clave en la construcción de La revolución de los cuidados. A ver, el tema estar, está, pero tal vez hace falta desarrollarlo más. O tal vez ese sería el siguiente paso.
La ecología no, pero la pandemia sí que has encontrado la manera que esté presente. El libro estaba casi acabado, a falta de una o dos entrevistas, antes de marzo de 2020, por ello quisiste añadir un último apartado y que varias de las entrevistadas pudieran expresar cómo han cambiado sus vidas y, sobre todo, sus cuidados durante este largo año. ¿Qué conclusiones extraes?
Supongo que estamos en modo supervivencia, intentando mantener un sistema social que ya nunca será el que fue. Así como la peste acabó con el sistema feudal (al no haber mano de obra, los pocos trabajadores que quedaron vivos pudieron exigir derechos), la pandemia del Covid-19 cerrará una etapa y abrirá otra.
Quisiera pensar que será una en la que la conciencia medioambiental será clave, porque es el discurso de nuestros hijos, de las generaciones que vienen. Yo creo que viene un cambio de rumbo en cuanto a consciencia medioambiental que supondrá también un cambio de rumbo en el maternaje, como respondía en una de las preguntas que me has hecho antes: es el fin de la madre agotada, explotada e incapaz de criar con amor y cuidado porque, sin cuidados, ella tampoco puede cuidar.
Si arrasamos el planeta nos estamos arrasando a nosotros mismos, esa es la gran lección de la pandemia para mí. Es todo un ecosistema vivo. Gaia. El ciclo de la vida es un ciclo de vida y muerte, una rueda, yo muero para que otra vida surja de mis cenizas, de la tierra que yo abono con mi cuerpo. Por ponernos materiales.
Hace poco te leíamos en Instagram que tu primera obra, El postporno era eso (Melusina, 2010), estaba teniendo un pequeño boom estos días de reclusión forzada por el Covid-19. Dices que es “básicamente un libro sobre salir de fiesta para drogarse y follar, justo lo que no se puede hacer ahora”. ¿Qué es, básicamente, La revolución de los cuidados? ¿Qué queda del espíritu postporno en La revolución de los cuidados? ¿Cómo has evolucionado?
El postporno era eso es un libro sobre salir de fiesta a drogarse y a follar, sí, pero también es un libro de reflexión sobre nuestra sexualidad, sobre el género, la violencia, el movimiento queer, las luchas anticapitalistas underground de Barcelona, en definitiva, sobre cómo se articuló el movimiento postporno en la ciudad en aquellos años. Lo de drogarse y salir de fiesta es anecdótico. Es curioso porque he escuchado alguna recriminación sobre este tema, no entiendo muy bien por qué.
Al final de El postporno era eso hablo ya de maternidad, de Casilda Rodrigáñez y los partos orgásmicos, de la conexión con nuestros úteros y de los temas que más tarde compondrían Maternidades subversivas. Este no existiría sin mi recorrido en el mundo del postporno. Es básicamente el postporno aplicado a la maternidad. Es mi enfado porque la cuestión de la maternidad se quedara fuera de nuestro discurso, cuando este era un discurso sobre la diversidad sexual y el placer.
Pero no sé muy bien qué queda del postporno en La revolución de los cuidados. Tal vez la mejor respuesta vendría a través de la medicina china y de todas las cosas que me explica mi amiga Rut, que es la que más sabe de este tema (por eso la entrevisté para el libro).
Por lo visto, la adolescencia en medicina china es el fuego, que todo lo quema para poder crear algo nuevo. Para que el niño pase a ser adulto necesita quemar las estructuras de su infancia que no le sirvan y empezar de 0 a construirse a sí mismo y así poder ser quien realmente es. El postporno supuso para mí ese fuego.
Si te quedas en ese lugar, te mueres, te abrasas, pero si sigues, pasas al siguiente elemento, la tierra; la edad adulta. Es el árbol que ya tiene su lugar y que forma parte del bosque. El árbol poderoso que cuida: su sombra alivia, sus frutos y sus hojas alimentan, sus ramas acogen. En ese sentido este libro es el árbol que cuida porque ya es adulto. La revolución de los cuidados es para mí la toma de conciencia de que tengo el maravilloso honor de cuidar, como el majestuoso árbol. Cuidar no tiene que ver con una carga, sino que más bien es lo opuesto. Y ese es el mensaje que me gustaría que quedara.
Por cierto, la gestación es el agua y la infancia es la madera. El quinto elemento es el cielo, pero no te puedo hablar de él porque todavía no he llegado a ese capítulo del curso que estoy haciendo de medicina china. Tal vez sea el próximo libro.
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