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Hay que adaptarse. Tras un nuevo imperativo político
En tiempos en que la industrialización de nuestros modos de vida no cesa de destruir el medioambiente y la salud de los organismos, ¿cómo pensar en un gobierno democrático de la vida y de los vivos? Esta es la cuestión que afronta Hay que adapartarse. Tras un nuevo imperativo político.
“Hay que adaptarse”. Estas palabras se oyen en casi todas partes y en todos los ámbitos de nuestra vida. ¿De dónde viene ese sentimiento confuso, cada vez más opresivo y compartido, de un retraso generalizado, reforzado a su vez por el permanente requerimiento de adaptarse al ritmo de las mutaciones de un mundo complejo? ¿Cómo explicar esa colonización progresiva del campo económico, social y político por el léxico biológico de la evolución? Barbara Stiegler presenta en este libro las prehistorias de la retórica actual, omnipresente en el darwinismo y el liberalismo estadounidense, al tiempo que recupera poderosas resistencias a la retórica de la adaptación a lo largo del siglo XX.
En efecto, la genealogía de este imperativo nos conduce, en los años 1930, a las fuentes de un pensamiento político, fuerte y estructurado, que propone un relato muy articulado sobre el retraso de la especie humana en relación con su ambiente y sobre su futuro. Ese pensamiento ha recibido el nombre de “neoliberalismo”: neo pues, contrariamente al viejo liberalismo que confiaba en la libre regulación del mercado para estabilizar el orden de las cosas, el nuevo recurre a los artificios del Estado (derecho, educación, protección social) con el propósito de transformar la especie humana y construir así, artificialmente, el mercado: una biopolítica, en cierto modo.
Para Walter Lippmann, teórico estadounidense de este nuevo liberalismo, las masas están sujetas a la estabilidad del Estado social frente a los flujos que las sacuden; Lippmann creía que la democracia no estaba adaptada a las necesidades de la globalización, y que solo un gobierno de expertos podría trazar el camino de la evolución de las sociedades envaradas en el conservadurismo de los estatus. Se enfrenta, entonces, con John Dewey, gran figura del pragmatismo norteamericano, que, a partir de una misma constatación –que el mundo había cambiado y la sociedad debía adaptarse– llama a movilizar la inteligencia colectiva de los públicos, a multiplicar las iniciativas democráticas, y a inventar desde abajo el futuro colectivo.
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