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Línea de penumbra
En las cuevas que albergan arte prehistórico es muy raro encontrar pinturas o grabados cerca de la entrada o en las paredes iluminadas por la luz natural. Quienes, hace miles de años, grabaron en la roca caballos y leonas y pintaron con óxido y carbón manos y bisontes, mamuts o ciervas rojas buscaron el amparo de la oscuridad, alejándose de la boca de las cuevas y cruzando la línea invisible que se dibujaba en la pared allá donde ya apenas llegaban los rayos del sol. Esa línea, que separa la luz de las sombras, es la línea de penumbra.
Una niña que le cuenta a su abuelo ciego las cosas que pasan en el mundo, un friegaplatos empeñado en aprender a leer, una mujer que no ha podido tener hijos, un aprendiz que no se atreve a empezar su primera obra, una reina sin reino, un actor de segunda del que nadie se acuerda, un verdugo arrepentido, una vendedora ambulante que pregona a voces su mercancía por las calles ruidosas de Londres… Los protagonistas de los relatos que componen Línea de penumbra pertenecen a épocas distintas, a países distintos, a mundos distintos, pero todos tienen algo que los une: sus historias desvelan las vidas invisibles de algunos de los personajes pintados por Artemisia Gentileschi, José Arrúe, Hans Memling, Francis Bacon, Ercole de’ Roberti, William Hogarth, Caravaggio, Edward Hopper, El Bosco, Domenico Ghirlandaio, Juan de Flandes…
Como ya hiciera en Invierno (Pepitas, 2017), construida a partir de otras historias, Elvira Valgañón desgrana en Línea de penumbra los azares que han ido componiendo las vidas —¿reales o imaginadas?— que palpitan tras esta colección de telas, interpretándolas o reinterpretándolas con esa prosa tan característica suya que fluye como un río: lo que se ve, lo que no se ve, lo que sucede en un instante preciso, lo que ha pasado antes, lo que ocurrirá después…
Cada obra de arte cuenta muchas historias. Estas son algunas de ellas.
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