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Muerte en el barrio - Alfonso Sastre se suicida - Un drama titulado NO
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Muerte en el barrio - Alfonso Sastre se suicida - Un drama titulado NO
Nota de A. Sastre sobre MUERTE EN EL BARRIO
Es un drama escrito en 1955, como otros varios míos. Ya he dicho en otro lugar que se frustró su estreno en el Teatro María Guerrero, al parecer por causa de una protesta del Colegio de Médicos, cuando ya el pintor Eduardo Vicente estaba dibujando los decorados y los figurines. (Me temo que hubiera resultado una obra demasiado matritense en el aspecto plástico, lo que no era mi intención).
No creo que se haya representado mucho. Cosas de menor importancia, como una versión que se hizo en CalState, Los Ángeles, o el estreno en un Canal de Televisión de Caracas. Entonces fui invitado amable y generosamente; en realidad fui tratado como un príncipe.
Hay ediciones argentina (Losada, en el tomo titulado “Teatro”, de la Colección Gran Teatro del Mundo), portuguesa y norteamericana, además de las más próximas, anteriores a ésta: Escélicer, Novelas y Cuentos, y Campo de Marte, de Castilla Ediciones, Valladolid. Para esta edición hice algunas leves correcciones, que he incorporado a la presente.
Considérese, en fin, “Muerte en el barrio” como una muestra típica del lenguaje “económico” y casi “cuaresmático” y sintácticamente simple que yo ponía en juego antes de mi autoliberación en y a partir de “Oficio de tinieblas”, todavía tímidamente allí, y luego decididamente en dramas posteriores.
Nota de A. Sastre sobre ALFONSO SASTRE SE SUICIDA
Hace tiempo que venía pensando en escribir un pequeño drama que se titulara Epílogo, y que lo fuera. No en vano me hallo en una fase textamentaria.
Ayer se me ocurrió la situación –viajero que llega a un hotel para morir; nada original (yo mismo he escrito hace mucho tiempo Ana Kleiber)– y ya hice y corregí tres folios de diálogo en el ordenador. Durante la noche y esta mañana he escrito otras varias frases a mano.
Ahora voy a comenzar en serio la escritura de Epílogo, drama en un acto, para el que se me acaba de ocurrir además un doble desenlace: una especie de epílogo al epílogo.
La motivación circunstancial ha sido la actual invitación a una caza de brujas en el País Vasco. También me ha animado el hecho de que la profesora Sandra Harper me escribiera en mayo pasado una carta interesándose por un inédito mío para publicarlo en la revista “Estreno”. Yo no lo tenía y ahora, si todo marcha bien, voy a tenerlo. (También están inéditas todavía –pero se publicarán antes de fin de año– las obras segunda y tercera de mi trilogía policíaca Los crímenes extraños).
En cuanto a la “motivación circunstancial”, que hará de esta obrita un posible “divertimento”, en la línea –aunque aquí muy personalizada– de mi Cuento de la Reforma, me refiero a la actual situación que queda definida, por ejemplo, en el artículo de Vicente Molina-Foix Caza de brujas vasca (“El País”, 22 de julio de 1997), del cual entresaco un pasaje digno de figurar en la Historia Universal de la Infamia: “Aislar al asesino y a sus cómplices parece ser el punto sobre el que nos hemos puesto de acuerdo mayoritariamente, y se ha escrito más de una vez la palabra apestado. La propuesta –tan moralmente irreprochable– de no comprar en comercios cuyos propietarios dan con su voto la munición del crimen, como la de no participar públicamente en los actos donde acudan dirigentes de HB tendrían, a mi modo de ver, una extensión factible en el campo de la cultura: la peste que despide, por ejemplo, un escritor-cómplice como Alfonso Sastre debería llevar a apartarse de él en coloquios y antologías, así como a negarle los premios, subvenciones y homenajes institucionales que tanto se le han prodigado con su farisaica aquiescencia”.
Mi punto de vista sobre el nacionalismo –que es el asunto que está en el fondo ideológico de la violencia, por ambas partes, en Euskal Herria– reside en la consideración de que sobre el “problema de España” –o sobre “España como problema” (Laín Entralgo), que dio en la extrema derecha un “España sin problema”, particularmente cerril (Calvo Serer)– no existen diferencias apreciables entre las posiciones de Felipe González (PSOE), Manuel Fraga Iribarne o José María Aznar (PP) y Julio Anguita (PC/IU) –por poner tres ejemplos significativos del arco parlamentario español–, en cuanto que todos ellos son fervientes nacionalistas españoles. Por lo que se refiere a la ciudadanía vasca actual, a la que pertenezco sin mengua de mi fidelidad y mi amor (crítico) al Madrid de mi alma, conozco a muchos vascos que no son españoles, pues no se reconocen como tales, sino que lo están: están españoles porque se ven bajo una fuerza que les obliga a ello. Esta es una verdad innegable, y en cuanto a mí, que no soy, naturalmente, un “nacionalista vasco”, tampoco soy un “nacionalista español”, lo cual, para algunos, me hace digno poco menos que de la hoguera. Mi postura es sencilla, y se reduce a considerar que todos los ciudadanos vascos, lo mismo que sus homólogos catalanes y gallegos, que están pero no son españoles, deben ser protegidos en cuanto a todos sus derechos por una Constitución Española reformada.
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