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Padre, mañana me van a dar muerte
Como en Pedro Páramo, la breve y única novela que catapultó al mexicano Juan Rulfo a la fama universal, el relato de Rafael Flores Montenegro (argentino exiliado) es en realidad un diálogo de múltiples voces fantasmales que escuchamos como un murmullo que va y viene en diferentes tiempos superpuestos, voces de ultratumba que hablan sin dramatismo y sin producir miedo. Un diálogo a modo de susurros que percibe un hombre innominado que, décadas después, compra la casa en ruinas donde vivieron Francisco, sus hijos y Serapia, con el propósito de repararla e instalarse lejos del bullicio de Madrid, encontrando para su sorpresa que el lugar está lleno de presencias de los ausentes. En esa casa abandonada donde las “paredes son muros silenciosos, pero elocuentes”, el hombre no sólo escucha esas voces sino además descubre las cartas olvidadas y otros papeles secretos de la familia.
Igual que el sudamericano llegado de Madrid para reconstruir la casa, escuchamos una multitud de voces a lo largo de la novela. Francisco y sus hijos, los derrotados y los silenciados, hablan entre ellos y nos hablan desde el tiempo de la eternidad, esa misma eternidad que Demófilo mencionaba en su última carta al padre antes de ser fusilado contra el muro del cementerio: “Padre, adiós, hasta la eternidad. ¡Adiós!”. El nombre Demófilo significa etimológicamente ‘amante del pueblo’ y este relato es también un acto de amor hacia aquellas gentes anónimas que se levantaron en defensa de la República y de un mundo diferente hasta entonces impensable. –Fernando Reati, profesor emérito de Altanta University
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