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Kollontai imprescindible | Zaloa Basabe

En Txalaparta acabamos de reeditar La bolchevique enamorada, la única novela de Alexandra Kollontai. En el prólogo del libro, del cual os ofrecemos un extracto a continuación, Zaloa Basabe nos ofrece una amplia semblanza de la destacada líder comunista rusa, una de las figuras clave para entender la lucha de la emancipación de las mujeres en el siglo XX. 

Para cualquier editorial progresista del mundo es un honor poder contar con Alexandra Kollontai en su catálogo. Sus ensayos, sus discursos y su propia vida son claves para entender la lucha de la emancipación de las mujeres en el siglo XX. La suya es una biografía que rezuma una coherencia indiscutible para los analistas de todas las tendencias. Su obra es la proyección de la misma, es la parte de la historia que, escrita de puño y letra por su protagonista, se revela ante nosotros con toda su fuerza y vigencia aunque desde su redacción hasta su lectura diste casi un siglo. Kollontai posee la actualidad de los clásicos, que retumban en nuestras conciencias cuando uno de ellos cae en nuestras manos; nos reconcilian con la esencia del ser humano, del revolucionario; nos transportan hasta tiempos que quedaron congelados entre las líneas y que solo con una mirada atenta vuelven a revivir ante nuestros ojos. Es difícil obviar una realidad cuando esta ha sido plasmada magistralmente por quien la vivió en primera línea. La historia de los ideales existió, nos la han contado, la han dejado escrita, querían que supiéramos que era posible, que ellos y ellas lo intentaron, que sufrieron y gozaron, que no fue fácil, que está allí para que recurramos a ella cuando andemos escasas de esperanza.

Existió la Revolución de Octubre, millones de trabajadoras y trabajadores crearon una alternativa de organización política no exenta de sacrificios pero capaz de articular la ilusión de las masas. Una revolución inacabada, como todas las que conocemos, donde las mujeres no se conformaron con ser la revolución pendiente dentro de la Revolución. Así era la generación de Kollontai, donde miles de kollontais anónimas comenzaron a plantearse que no era suficiente la abolición de la propiedad privada ni la conquista de los medios de producción; nada de esto garantizaría la igualdad de los seres humanos si las relaciones laborales y familiares seguían sujetas a los esquemas patriarcales del régimen anterior. Hombres y mujeres debían posibilitar la alternativa dentro de la Alternativa; debían ser camaradas en las trincheras, en las fábricas, en la Duma… pero también en sus relaciones personales, familiares y afectivas. La mujer revolucionaria ya no esperaba, actuaba; no se lamentaba, exigía; era consciente, en definitiva, de que de su emancipación dependía en buena parte el éxito y la esperanza de la Revolución.

Todo esto sucedía en la Rusia revolucionaria, en la que Alexandra Kollontai participó activamente desde el inicio. En el momento en el que se desataron los sucesos que provocaron el estallido de la Revolución, Kollontai se encontraba realizando una gira internacional entablando relaciones con los partidos socialistas de Alemania, Gran Bretaña y Francia, formando parte de una campaña en contra de la Primera Guerra mundial y denunciando el imperialismo. Inmediatamente regresó a Rusia y fue elegida miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Apoyó sin reservas a Lenin en su visión de los soviets como organismos para el ejercicio del poder basándose en la necesidad de superar la revolución burguesa mediante una revolución proletaria.

Pocos meses antes de Octubre de 1917 fue elegida miembro del Comité Central del Partido y fue partidaria de la toma del Palacio de Invierno. Una vez alcanzado el poder, trabajó desde su puesto como comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública, por el reconocimiento de los derechos y libertades de las mujeres, modificando para ello aquellos aspectos legales que hacían de esta una subordinada al hombre, le negaban derecho al voto, le hacían ganar menos salario y trabajar en peores condiciones que los hombres. No en vano, la Revolución consiguió establecer las bases para la igualdad real entre hombres y mujeres, liberalizando las relaciones familiares y sexuales. Se aprobó el divorcio (a petición de cualquiera de los cónyuges), se reconoció el derecho al aborto, se estableció el permiso retribuido por maternidad y embarazo, se impuso igual salario por igual trabajo, se crearon instituciones públicas como casa de maternidad, comedores populares, hogares para niñas y niños. Asimismo se desarrollaron campañas de información para la difusión de los nuevos derechos de las mujeres y en 1918 la primera Constitución de la República Soviética reconoció el derecho a sufragio activo y pasivo de las mujeres.

Ese mismo año Kollontai fue una de las organizadoras del Primer Congreso de Mujeres Trabajadoras de toda Rusia. De este congreso nació el Zhenotdel, organismo dedicado a promover la participación de las mujeres en la vida pública y en proyectos sociales, y de manera muy especial en la lucha contra el analfabetismo. El Zhenotdel fundó su propia revista llamada Kommunistka (Mujer Comunista) de la que Kollontai era parte del consejo editorial. Todo este esfuerzo supuso la base para el surgimiento de la mujer nueva en Rusia.

Su labor política, como se desprende de estos apuntes biográficos, estuvo siempre unida a la lucha por la emancipación de las mujeres y sus intervenciones fueron fuertemente inspiradores para generaciones posteriores habiendo llegado hasta nuestros días muchas de sus reflexiones. Muestra de ello son sus palabras recogidas en el discurso que en 1913 lanzó con motivo del 8 de Marzo en el que hace un especial llamamiento a la movilización y participación en la jornada reivindicativa por parte de sus camaradas hombres, al tiempo que marca diferencias entre las demandas de las mujeres burguesas y las trabajadoras aglutinadas en este mismo día:

(…) la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, de que ella ha sido golpeada, intimidada, acosada a lo largo de los siglos, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Los trabajadores no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, sino también como madre, mujer. Sin embargo, cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres.

(…) En el día de la mujer las mujeres organizadas se manifiestan contra su falta de derechos. Pero algunos dicen ¿por qué ésta separación de las luchas de las mujeres? ¿Por qué hay un Día de la Mujer, panfletos especiales para trabajadoras, conferencias y mítines? ¿No es, en fin, una concesión a las feministas y sufragistas burguesas? Sólo aquellos que no comprendan la diferencia radical entre el movimiento de mujeres socialistas y las sufragistas burguesas pueden pensar de esa manera.

Cada distinción especial hacia las mujeres en el trabajo de una organización obrera es una forma de elevar la conciencia de las trabajadoras y acercarlas a las filas de aquellos que están luchando por un futuro mejor. El Día de la Mujer y el lento, meticuloso trabajo llevado para elevar la auto-conciencia de la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.

Dejad que un sentimiento alegre de servir a la causa común de la clase trabajadora y de luchar simultáneamente por la emancipación femenina inspire a las trabajadoras a unirse a la celebración del Día de la Mujer”.

Zaloa Basabe, extracto del prólogo de La bolchevique enamorada

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