Ha muerto el escritor y periodista argentino Osvaldo Bayer, “un anarquista y pacifista a ultranza”
Ha fallecido a los 91 años el escritor, historiador y periodista argentino Osvaldo Bayer, un referente en la literatura política latinoamericana y uno de los intelectuales más respetados de su país. Tuvimos el placer de conocerlo, de disfrutar de su sabiduría y de editar dos de sus grandes obras: La Patagonia Rebelde y Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. Agur eta ohore Osvaldo. Egun handira arte!
A Osvaldo Bayer lo conocimos dando una charla en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Abuelo irónico y didáctico, sabio humilde, nos sorprendió por su octogenario ardor revolucionario y sus desvelos por los pueblos originarios, algo que suelen olvidar las izquierdas latinoamericanas. Osvaldo se autodenominaba anarquista y pacifista a ultranza, lo que no le evitó la cárcel y el exilio. Sus historias sin embargo rescatan a trabajadores que usaron la dinamita, la pistola, la faca incluso, en su audaz intento de repartir el mundo.
Cómo no emocionarse con Severino di Giovanni. El idealista de la violencia, cuando escribía poco antes de ser fusilado: “No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí elegí la lucha. Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita, la rebelión del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso”.
Editamos otro clásico de Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde, con el que recuperó la memoria de los huelguistas masacrados en 1921. Gracias a él, Facón Grande siempre estará vivo en sus páginas.
Jose Mari Esparza
Extracto de Apología. Memorias de un editor rojo-separatista.
Dos clásicos de Osvaldo Bayer
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Elegí el anarquismo para rescatarlo del olvido, ya que el peronismo había escondido la historia del movimiento obrero anterior a 1945. Durante muchos años la gente creyó que el sindicalismo y la lucha obrera habían nacido con Perón, cosa que no es así. Trotsky dijo alguna vez que si los anarquistas no existieran habría que inventarlos, porque le han hecho mucho bien a la humanidad con su incorruptible oposición. Demostraron tener una línea que no abandonaron nunca. La cual en este o cualquier otro tiempo histórico implica mucho sacrificio. El anarquista sabe que nunca llegará a ocupar un cargo político, ni tampoco un cargo sindical. Fue y es una ideología al servicio de la sociedad, y no para ocupar cargos. Es en gestos como ese en donde se hacen visibles sus deseos de una vida digna para la humanidad. Eso me atrae mucho de ellos; por eso los he acompañado como hombre y como historiador. Lo cual no los exime de mis críticas. Creo que el movimiento tiene que superar ciertos totalitarismos de pensamiento, si es que no quiere caer en el sectarismo. Recientemente en La Protesta, me criticaron por una nota que escribí reconociendo la figura del Che Guevara. Digan lo que digan, no renuncio a reconocer a los hombres que fueron protagonistas de la historia, aunque no hayan sido anarquistas. ¿O acaso se puede desconocer a hombres como Zapata o Sandino? Creo que el error está en erigirse como juez de la historia. En casos como ésos es cuando se puede caer en el sectarismo. Hay que luchar contra eso: por el bien del anarquismo y por su salud, el anarquista tiene que ser todo menos sectario.
Osvaldo Bayer
Osvaldo Bayer, ese imprescindible sembrador de ideas libertarias
Artículo de Carlos Aznarez en Resumen Latinoamericano, 24 diciembre 2018
Para despedir a un maestro con talla de gigante como Osvaldo Bayer, es necesario sin ninguna duda, intentar hablar acerca de un hombre digno. Esta simple palabra, tan en desuso entre politiqueros, funcionarios de diverso pelaje y una buena cantidad de fabricantes de ilusiones, define muy bien a quien ha hecho de la coherencia una forma de vida. Solo el haber reencontrado para la memoria de nuestro pueblo la heroica pelea de los trabajadores rurales de la Patagonia, contando sus historias de rebeldía y coraje, pero también la tragedia que generó la represión sobre ellos, vale para calificarlo como un notable recogedor de testimonios de ejemplos de vida.
Quién no recuerda la agudeza con que Osvaldo retrató al nefasto coronel Varela, gestor de una de las grandes masacres que tiñeron de horror el sur argentino. Sin embargo, el Bayer investigador no dejó que la sombra de una sospecha de derrota definitiva o de lucha innecesaria se adueñara sobre aquella que había sido una de las tantas gestas del movimiento internacionalista, y para eso no solo reivindicó cada uno de los gestos de esos abnegados peones chilenos, argentinos, italianos, gallegos, polacos y alemanes que poblaron a punta de coraje tierras tan inhóspitas, sino que acercó al listado de las acciones indispensables: el gesto libertario de un Kurt Wilkens, por ejemplo, evocando la humildad y la valentía del ajusticiador del milico Varela. De esta manera, Bayer dio pautas de que la larga mano de la justicia popular puede tardar en llegar, pero, cuando lo hace, ilumina de conciencia y razón.
Osvaldo periodista, Osvaldo escritor, Osvaldo el hermano de nuestros “anarcos queridos”, como diría ese otro virtuoso llamado Alfredo Zitarrosa. Nadie como él ha trabajado el tema de los ácratas locales, desmitificando a esos hombres y mujeres que la oligarquía y su prensa aliada siempre pintaron como criminales y delincuentes. Ahora, qué duda cabe, les dirían (y les dicen) “terroristas”, como a nuestros treinta mil. Rescatar la figura combativa de un Severino Di Giovanni y desmenuzar su larga trayectoria de anarquista expropiador, fue un mérito que siempre se agradecerá a Bayer, por poner claridad sobre qué significa el uso de la violencia revolucionaria y cuáles son sus aspectos reivindicables y sus límites. Pero no se contentó con este aporte sino que entregó a sus lectores las páginas más bellas de un puro amor como el que vivieron hasta la muerte Severino y la joven Josefina Scarfó. Di Giovanni cayó bajo las balas de quienes lo fusilaron, reivindicando a la anarquía y añorando a su inseparable compañera. Ella lo sobrevivió muchos años más, pero jamás dejó de adorarlo y defender su trayectoria. El minucioso trabajo de recoger cada una de las innumerables cartas entre ambos que hizo el escritor hoy fallecido puso luz sobre como se pueden encerrar en un puño la pasión por la revolución social, la decisión de armarse para llevarla a cabo, la conciencia de formarse diariamente a través del estudio y la pasión de amar, ese querer con todo que suele atravesar nuestras vidas en ciertas e inolvidables circunstancias. (En Euskal Herria, la editorial Txalaparta, acercó los mejores textos de Bayer a los lectores europeos).
El Bayer del exilio también se mostró inclaudicable. Colaborador consecuente de quienes no se rindieron jamás y, aun lejos del país, siguieron plantando cara al enemigo que los obligó a marcharse; acompañante obstinado de las buenas causas y colaborador de cada una de las actividades que se plantearon para denunciar a los Videla, Massera, Agosti, Galtieri o Brignone que tiñeron de sangre esta buena tierra. Sus artículos, publicados en el exilio en la primera etapa de nuestra publicación “Resumen” (de la que fue colaborador permanente) y luego reproducidas por otras páginas rebeldes, ayudaron a comprender lo que decían cada jueves las Madres en la Plaza, que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. De allí, que él fue siempre uno de sus compañeros más queridos. No hay rincón del país donde se haya violado alguno de los derechos humanos donde no se hayan acercado el pañuelo blanco de Nora Cortiñas junto a Osvaldo o nuestro querido Adolfo Pérez Esquivel.
Pero hay otra faceta de Bayer que es importante aplaudir y recordar en este momento en que empezamos a lamentar su ausencia física. Pocos como él, han llevado adelante en este país colonizado en el literal sentido de la palabra una batalla tan vehemente en defensa de los pueblos originarios y en repudio a quienes practicaron contra ellos el genocidio más atroz. Denunciando a asesinos como Julio A.Roca, Osvaldo instaló la semilla de una pauta revisionista histórica y de salud mental para las nuevas generaciones. Y lo hizo, un día, maldiciendo al criminal frente a uno de los tantos monumentos con que la nación mancillada homenajea a sus asesinos; en otra ocasión, reivindicando a los caciques y tropa corajuda que se alzaron en lanzas contra quienes los expulsaron de sus tierras y los asesinaron por miles.
Ahora que el maestro ha partido hacia nuevas dimensiones, no hablo de muerte sino de la carencia que sentiremos, todo será más difícil a la hora de reconstruir pedacitos olvidados de nuestra historia o de enfrentar con fiereza a logreros, oportunistas y mentirosos que pululan entre la mal llamada intelectualidad argentina. Sin embargo, sus sentencias, escritas como ráfagas en todos estos años, no podrán ser sepultadas. Cada vez que una voz autoritaria quiera imponerse sobre el resto, convocando a la muerte como custodia, el verbo esperanzador de Osvaldo Bayer buscará asomar de donde sea, y ayudará a seguir caminando sin más miedos que los necesarios.
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