'El gran arte': la obra maestra de Rubem Fonseca | Edorta Jimenez
Si te gusta la novela negra, te engancharás a Rubem Fonseca. Es un autor de referencia en la literatura contemporánea en lengua portuguesa, y en Txalaparta queremos que disfrutéis de su obra. Hace 10 años publicamos El gran arte, una de sus más aclamadas novelas, y con motivo de su lanzamiento el escritor Edorta Jimenez publicó este artículo en la revista Letras e ideas.
La utilización de la figura del investigador o detective como médium para llegar a un conocimiento profundo de la realidad social y política de cada momento; la misma actitud vital y profesional del detective en cualquiera de sus formas (que se niega a aceptar que la legalidad establecida -políticos, jueces, policía y carceleros- al servicio de intereses espurios se corresponda con la justicia real) más una calidad literaria contrastada, define a la mayoría de las obras maestras del género negro. Entre éstas caben por derecho propio algunas de las de Rubem Fonseca, de quien la editorial Txalaparta editó en castellano su obra maestra, la novela El gran arte.
Antes de entrar en el comentario de El gran arte conviene hacer un recorrido por la biografía de Rubem Fonseca, en tanto en cuanto la misma nos pone en antecedentes del por qué de los escenarios e incluso de los personajes de sus novelas. Vaya por delante que más allá de esos datos biográficos poco se sabe de la vida del autor, que apenas se deja ver ni concede entrevistas.
Rubem Fonseca nació en 1925 en Juiz de Fara, Minas Gerais (Brasil) lugar que en su obra de ficción cumple una función de refugio para los personajes más diversos que pueblan sus páginas. Tras estudiar Derecho, en diciembre de 1952 inicia su carrera en la policía, como comisario, en el 16º Distrito Policial, en Sao Cristóvao, Río de Janeiro, escenario central de la mayoría de sus obras. Aunque pasa poco tiempo en las calles, es evidente que durante sus años como policía, casi de oficina, cuidando del servicio de relaciones públicas, se empapa de material para sus novelas y otras ficciones. Sin llegar a los cinco años de servicio, abandona el trabajo a primeros de 1958. Entretanto se encuentra con la oportunidad de estudiar en los Estados Unidos de América, ya que es escogido, junto con otros nueve policías, para especializarse en la casa del Gran Hermano. Eso ocurre entre septiembre de 1953 y marzo de 1954, tiempo que, dicen, también aprovecha para estudiar Administración de empresas en una de las universidades de Nueva York.
En 1963 publica su primer libro de cuentos, Os prisioneiros, editado en castellano como Los prisioneros. Con su siguiente libro de relatos, titulado A Coloira do Cáo -mantenemos en portugués los títulos de obras que no hayan sido publicadas en castellano en Europa- editado en 1965, llegan, los primeros reconocimientos en forma de premios tales como el del Pen Club de Brasil. Sus siguientes relatos se publican bajo el título de Lucía McCarney, en 1967, y ya en 1973 ve la luz una antología de los mismos con el título O Homme de Fevereiro o Março. Ese mismo año sale de la imprenta su primera novela, O Caso Morel, traducida en varias lenguas.
Le sigue la colección de relatos Feliz año nuevo, y la novela del mismo título en 1975, que la policía retira de la circulación al año siguiente. Arreciaba la dictadura en Brasil. Los militares habían dado su golpe contra el presidente izquierdista João Goulart, con el apoyo del gobierno de los EEUU, la noche del 31 de marzo de 1964. Y allí seguían. Protegiendo a la población de las amenazas de la literatura.
Al retirarse su libro de la circulación, Rubem Fonseca inicia un proceso de recuperación de la obra, lo que obtiene allá por el año 1989. Entretanto su fino bisturí ha entrado a fondo en las partes más corruptas de la sociedad brasileña, con su obra maestra, A grande arte -El gran arte-, publicada en 1984. Su otra gran obra, Agosto, se publica en 1990. El gran arte es una novela enorme, tanto en extensión como en intensidad. Recuerda, salvando las distancias, al mejor Raymond Chandler, escritor que, como es sabido, no figura en el famoso Canon de Occidente, de Harold Bloom. Será que el llamado género negro no acaba de encontrar la puerta de entrada a la Academia. Mejor tal vez para los amantes del género, y peor para Harold Bloom, que pasa por alto lo que algunos consideramos una de las grandes aportaciones literarias del siglo pasado.
En su novela, Rubem Fonseca se vale de dos abogados, Mandrake y Wexler, para adentrarse en el análisis de la gran ciudad, Sao Paolo, paradigma de un nuevo Brasil, urbano, cosmopolita y, cómo no, corrupto. No en vano la novela se abre con la frase: «Las casas estabán siendo demolidas para dar espacio a otro lugar llamado Ciudad Nueva». En ese nuevo Brasil la vida de cualquiera, no importa quién, apenas vale más que el costo de una llamada telefónica y el precio a pagar al sicario de turno.
Dicho esto, resulta obligatoria aclarar la referencia a Raymond Chandler. Para empezar, Rubem Fonseca lanza la trama partiendo de la visita de una extraña mujer que viene a encargar la investigación de un misterioso caso al bufete de los abogados, trama a la que se añade la de unos misteriosos asesinatos en el que el sexo parece haber jugado un papel determinante. Los paralelismos no acaban ahí. El tratamiento del paisaje, de la ciudad, de sus playas y suburbios, de sus antros y laberintos, recuerda enormemente a las técnicas del gran Raymond Chandler. El clima, sin embargo, es otro. Y hablamos de clima en el más amplio sentido de la palabra. Aquí no estamos en la opulenta California, sino en una de las fuentes de tal opulencia: el Tercer Mundo, que, por mucho que lo disfracen, no puede esconder sus contrastes más agudos entre riqueza desmesurada y la pobreza más extrema y todo lo que se deriva de esa bipolaridad sin casi nada en medio. Aunque quizás se podría decir, abriendo un paréntesis, que uno de los temas de Rubem Fonseca es el querer y no poder de esas gentes que querrían ser esa casi imposible clase del medio, la clase C, que le dicen allí.
Cerrando el paréntesis, volvemos al clima de las ficciones de Rubem Fonseca, y en especial de El gran arte. Aquí, como en otras obras maestras del género, hay, como no, mujeres hermosas capaces de cegar a cualquiera. Sólo que el brasileño lleva el sexo a la permanente consumación. Es una danza eterna en la que apenas hay sublimación, lo que ya marca una gran diferencia con obras más, digamos, recatadas. Que se lo pregunten si no a Mandrake, sobre el que recae el peso mayor de la novela. Mandrake, es un vividor y un mujeriego, odiosamente machista, al mismo tiempo que inteligente y sensible a su manera, y siempre cínico. Ese cinismo parece la única actitud desde la que se puede afrontar sin volverse loco la vida que va desfilando por la novela. Adelantamos que el desfile se las trae.
Pero no es tan sólo la vida la que desfila por El gran arte. También se nos presentan, como en un escaparate, elementos de los diferentes géneros literarios, un saber enciclopédico sobre temas como el ajedrez o las armas blancas o reflexiones filosóficas dignas de eruditos de la materia, como pone de manifiesto el título mismo de la novela, tomado de unos versos de Arquíloco de Paros: «Tengo un gran arte: hiero duramente a aquellos que me hieren». Es tal la curiosidad intelectual que despierta la lectura de El gran arte que nada más finalizar la primera lectura dan ganas de ponerse a mirar cada uno de los datos, citas, hechos históricos y otras referencias que pueblan la obra.
Hombre culto en un sentido casi renacentista, Rubem Fonseca es demasiado inteligente como para no caer en la cuenta de que lo que hace se entronca en la tradición del género negro, y aunque no oculta las huellas de los maestros del mismo, se desliza por momentos hacia la parodia, con un humor y una actitud vital que le caracterizan mejor que el respeto a las convenciones del género. Ese humor, entre cínico y naif, es sin duda una de las características de gran parte de su obra narrativa, en especial de sus cuentos, que ha venido publicando en forma de libro con una cierta asiduidad. La cumbre de esa tendencia la alcanza, en nuestra modesta opinión, en Secreciones, Excreciones y Desatinos, publicado en 2001, si bien ahí echamos de menos la fuerza aparentemente natural y espontánea de los relatos reunidos en Feliz año nuevo.
Será el paso del tiempo, o el agotamiento de los propios recursos, quién sabe, el que lleva a la auto-parodia hasta extremos casi delirantes en las dos novelas cortas que en castellano figuran bajo el título de Mandrake, la Biblia y el bastón, de 2001. A quienes sigan las peripecias del personaje del doctor House en la serie de televisión del mismo nombre, les parecerá que alguien ha copiado a alguien o, más sencillamente, que las leyes de la genialidad no excluyen la aparición simultánea de sus invenciones en diferentes cacúmenes. Pero no exageremos con los términos. Rubem Fonseca tiene cosas geniales, como las tienen otros. Eso sí, cuente lo que cuente, no deprime. Al menos así hemos llevado, sin depresiones, la lectura de Agosto, otra de sus grandes obras, que recuerda en muchos aspectos a El gran arte, incluso hasta los repite, pero en la que el autor va hasta el fondo, si se puede decir así, de lo evidentemente político.
En Agosto, el gran arte narrativo de Rubem Fonseca nos muestra el proceso que llevó al presidente Vargas al suicidio, el 24 de agosto de 1954. Novela negra política al pie de la letra, el autor nos lleva tras los pasos de un comisario de policía solitario y atacado de una fuerte gastritis y que a su vez sigue la huella de dos crímenes que aparentemente no tienen nada que ver entre sí, pero que en el laberinto de los sucesos políticos y la compleja realidad brasileña sirven a modo de hilo de Ariadna. Tirando del hilo se llega a un final esplendoroso, en el que el comisario por fin supera supermanente gastritis y los golpistas acaban con Vargas. Un análisis lúcido de la trama política, militar y económica que desembocó en el final de un periodo histórico del enorme país americano. Análisis en el que Rubem Fonseca, en otra vuelta de tuerca, lleva al lector o lectora hasta ese final haciendo que, por empatía, se preocupe tanto por la gastritis del comisario como por la solución final de sus casos, si bien lo que al final importa es el ya citado análisis político. Si quieren saber cómo se organizaban las cosas en la segunda mitad del siglo pasado, cuando las dictaduras en Latinoamérica florecieron sobre el humus de la muerte, esperen a leer Agosto. Mientras tanto, se puede gozar de las obras de Rubem Fonseca ya editadas en castellano. Aunque si como dice el tal Harold Bloom canónicas serían aquellas obras a las que volvemos una y otra vez, aquí tenemos El gran arte. Se llega a la última línea y ya dan ganas de volver a empezar.
Edorta Jimenez. Letras e Ideas (2008)
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