La Batalla de Orreaga • Guía contra la desmemoria | Jose Mari Esparza
Vascosnavarros. Guía de su identidad, lengua y territorialidad es la respuesta que Jose Mari Esparza preparó, durante 25 años, al despropósito que la Transición cometió con los vascos, parcelando su territorio en tres comunidades para dificultar su vertebración nacional. Concebido como un manual contra la desmemoria, este monumental trabajo cuenta con casi 2.000 referencias. Reproducimos aquí la referida a la Batalla de Orreaga.
Roncesvalles / Orreaga
Símbolo de Navarra. Mítico desfiladero donde el 15 de agosto del año 778 los vascones destrozaron el ejército de Carlomagno, haciéndole pagar la destrucción de Iruñea. Un poderoso ejército -integrado por milicias de Francia y de pueblos sometidos como bávaros, aquitanos, septimanos, provenzales, longobardos- había cruzado los Pirineos y tras tomar Iruñea, llegó hasta Zaragoza. A su regreso, dicen los Anales Regii, entró en Pamplona y “arrasó los muros de la ciudad a fin de que no pudiera rebelarse, y, determinando regresar, se internó en el paso de los Pirineos”. Allí le esperaron los vascones, si bien la emboscada tuvo que estar preparada desde mucho antes, tal vez tras la entrada inicial. El cronista Eginardo en su Vita Karoli Magni, cuenta cómo Carlomagno experimentó “in ipso Pyrinei iugo Wasconicam perfidiam”: “En efecto, como su ejército caminase en línea alargada, a lo que obligaba la estrechez del sitio, los vascos emboscados en lo alto (wascones, in summi montis vertice positis insidiis) cayeron sobre la impedimenta y las tropas que cubrían la marcha del ejército, les echaron en el fondo del valle y trabando combate con ellas, los mataron a todos hasta el último, y, saqueando la impedimenta, ayudados por las primeras sombras de la noche, se dispersaron con gran celeridad. En este hecho favorecieron a los vascos la ligereza de sus armamentos y la disposición del terreno”. Dicen los Anales que “aunque los francos se mostrasen superiores a los vascones lo mismo en las armas que en el valor, no obstante, dada la dureza del lugar y el carácter desigual de la lucha, se encontraron inferiores”. El botín fue cuantioso y murieron la mayor parte de los mandos, entre ellos el príncipe Roldán, “poniendo en desorden todo el magno ejército”.
En general, las fuentes carolingias llaman indistintamente vascones a los de Ultrapuertos y a los del sur de los Pirineos, y sólo alguna vez distinguen la “Wasconia citerior” de “Wasconia hispana y navarros”. Con posterioridad a la batalla, las fuentes francas intentaron falsear los hechos; la Chanson de Roland y otros relatos del siglo XII sustituyeron a los vascones por los sarracenos, y por su parte los españoles hacen intervenir en la batalla a su rey Alfonso. Pero las fuentes carolingias no dejan duda de que fueron los vascones. Fue precisamente un historiador navarro, el obispo Rodrigo Ximénez de Rada, quien en el siglo XII vindicó para los vascones la victoria de Roncesvalles, tal como indicaban las fuentes primitivas.
Esta gesta, sin parangón en su época y reconocida en todo Europa, parece que debería servir para henchir la literatura y el orgullo patrio del pueblo que la realizó. Por eso, en el siglo XIX, los éuskaros se fijaron en la gran simbología de Orreaga y la glosaron en libros, pastorales y poemas. Sin embargo, en la actualidad el único monumento que recuerda la gesta, levantado en la cima de Roncesvalles, está dedicado... ¡a Roldán! Pueblo increíble el nuestro, que recuerda más al invasor que a los indígenas libertadores. Hoy día, los peregrinos que pasan por Orreaga saludan el monumento a Roldán, visitan la colegiata, y poco se les recuerda de la gran gesta vascona. Quizás sea la pervivencia de la lengua vasca la principal consecuencia de aquella resistencia épica a ser conquistados y asimilados. El panegírico a la Virgen, decían en 1921, ha sido en “el idioma vascongado, como es costumbre hacerlo en este día desde tiempo inmemorial; pues la inmensa mayoría de los fieles que concurren a esta fiesta son vascongados”.
Ilustración: Historia ilustrada de Euskal Herria II. Joseba Asiron, Martintxo Altzueta
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