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Sergio Rekarte • "Muchos ignoran la estrecha relación de Atahualpa Yupanqui con el pueblo vasco"

Entrevista a Sergio Rekarte, autor del libro Atahualpa Yupanqui. Indio, criollo y vasco.

Sergio Rekarte es comerciante e investigador y mantiene una estrecha relación afectiva con Euskal Herria desde que llegó por primera vez en 1978 como exiliado político con motivo de la dictadura cívico-militar argentina. Es socio fundador de la Euskal Etxea de la localidad argentina de General Villegas y miembro del Centro de Estudios de la Cultura y el Nacionalismo Vasco «Arturo Campión». Diplomado por Eusko Ikaskuntza como Experto en Estudios Vascos, brinda conferencias y charlas sobre distintos temas  y es colaborador habitual en Guregandik y Euskonews. 

¿Por qué Atahualpa?

Ahondar en la vida de Atahualpa Yupanqui, y de una manera tal que concluyera en un libro después de más tres años de investigación, tuvo por lógica, un punto de partida. Todo comenzó hace tiempo gracias a una sugerencia de mi esposa, una vasca nacida en Donostia, pero con su vida en Euskal Herria anclada en el pueblo navarro de Doneztebe. Frente a la necesidad de buscar un tema para un corto trabajo de investigación, con la finalidad de concluir un curso de Estudios Vascos impartido por la Fundación Asmoz con sede en Donostia, ella me sugirió que optara por reseñar la vida de Atahualpa Yupanqui, y para ello destacó el origen vasco de Yupanqui por la vía materna, algo que yo ignoraba por completo. Así fue que, como consecuencia de esa idea, comencé a elaborar un pequeño texto biográfico que, según comprobé con el tiempo, no estaba exento de algunos errores en cuanto a fechas, recorridos históricos y otros detalles.

Pero no todo terminó ahí. De una manera un tanto sorprendente, a partir de ese suceso, sentí la imperiosa necesidad por saber y profundizar aún más en la vida de este artista popular y lo tomé como un desafío. Con seguridad, el motor principal de este impulso fue el tener conciencia de que la vida de Atahualpa Yupanqui no tenía desperdicio, además de sorprenderme su enorme talento, su increíble sabiduría y su sensibilidad para captar las emociones del alma humana. Así, de este modo, entré de lleno en el mundo yupanquiano y pude lograr, después de algunos años, construir una biografía que se presenta al público con el título: Atahualpa Yupanqui, indio, criollo y vasco.

¿Y cómo fue esa tarea?

Debo de puntualizar que rastrear la totalidad de la huella de Atahualpa Yupanqui es una tarea imposible de lograr. Él construyó una inmensa telaraña de caminos, y no sólo en el interior de su país, sino por medio mundo. Ante esta dificultad, opté por detenerse y registrar aquellas etapas de su vida donde en cierta manera, permaneció más tiempo o donde su estadía fue más relevante. Por esa razón, en el texto, la pampa bonaerense, la provincia de Entre Ríos, Córdoba, el norte argentino, sobre todo Tucumán, y el hermano país de Uruguay tienen lugares destacados, sin olvidarnos de ese gigante que es la ciudad de Buenos Aires o París, donde fijó residencia para iniciar su periplo europeo.

Por allí anduvo Yupanqui gran parte de su vida y por algunos de esos lugares levantó una humilde casa de adobe y paja para vivir y mimetizarse en el paisaje, recogiendo esos sentimientos del hombre campesino, sus reclamos, sus tristezas, sus rebeldías muchas veces ocultas bajo un silencio prudente y empecinado.

De Atahualpa guardo recuerdos que se remontan a mi infancia. Si bien nunca llegué a conocerlo, en cambio sí me viene a la memoria el haber escuchado en casa las canciones suyas. Mis padres lo adoraban y entre sus discos no podía faltar, por supuesto, el tema El arriero. Y aquello de “Las penas y las vaquitas/ se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas” realmente lograba conmoverme, lo que me conducía, a esa edad, a emparejar ese estribillo a difusas situaciones de injusticia e incomodidades

¿En qué te identificabas con él?

Probablemente era el mundo en que vivía. Mi hogar, si bien no era humilde, tampoco era que sobraba nada. Mi padre era ferroviario, llegó a ser jefe de estación al igual que el padre de don Ata y como él, muy amante de la lectura. Además, en casa algo de política se respiraba, y siempre estuvo latente esa cuestión de la proscripción del peronismo que tanto afectó a las capas populares argentinas y el golpe militar del ’55, y desde entonces todos los golpes militares posteriores. Quizás de ahí, me venga esta rebeldía que aún a mi edad por suerte se mantiene intacta, y aquello de don Ata: “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas…” El famoso estribillo que hizo de la canción El arriero, en mi opinión, punto de partida de la canción con claro contenido social en Argentina.

En este sentido, Yupanqui siempre se ubicó en el bando de los desposeídos. No fue un cantor de paisajes, tan común en el folclore argentino, por el contrario, sus temas tienen el valor de poner en primer plano al ser humano dentro de su entorno natural, destacando o visibilizando el drama social con un alto sentido poético y filosófico.

Trató de evitar la simple denuncia y mucho más el panfleto, y si bien su vida atravesó distintas etapas, entre ellas su paso por las filas del Partido Comunista Argentino, donde abundan sus temas contestatarios, como El PintorLas preguntitasEl poeta, él siempre renegó de ser etiquetado como un cantor de protestas. En eso fue contundente, afirmando que él sólo iba tras “el sentir de sus paisanos”. Es decir, esa fue su misión, ubicándose como un simple traductor de las verdades y los problemas de sus gentes. A lo que hay que agregar que su mayor anhelo era que sus temas finalmente terminaran siendo anónimos, que perdieran la identidad de su creador. Un deseo que deja asentado en ese maravilloso poema suyo El destino del canto, un legado para todos los artistas del mundo.

¿Qué significa Atahualpa para Argentina?

Atahualpa Yupanqui es, sin duda, uno de los más importantes guitarristas de la música rural argentina y el perfecto traductor del sentimiento del habitante del interior profundo. Pero a la vez, también es el intérprete de las emociones y aflicciones de cualquier habitante de la tierra en estrecha relación con la naturaleza. Como fue definido con certeza: “Atahualpa es el alma de la tierra”. Por esa razón, Yupanqui debería estar en un primer plano como exponente de la música nativa, no sólo por su cancionero, sino también por su labor de investigador y difusor del folclore en toda la geografía de Argentina, un aporte que quizás aún hoy no se alcanza a valorar en toda su dimensión. Incluso su música, en la actualidad, está bastante silenciada en los medios, como también brillan por su ausencia temas suyos en los distintos escenarios folclóricos de Argentina. Es una pena, porque la huella de Atahualpa es ancha y profunda y no se debe de olvidar que gracias a su recorrido artístico por Europa muchos músicos, compatriotas suyos, pudieron ir por esa senda musical que supo abrir Yupanqui, a la que se sumaron otros folcloristas latinoamericanos.

Él expresó como pocos las voces y los silencios de su pueblo, supo construir una obra musical monumental, compuesta de más de 1.200 canciones, sin olvidar sus libros donde Atahualpa deja constancia, que además de poeta y guitarrista fue también un notable escritor. Prueba de ello: su libro Cerro Bayo, una fenomenal novela cargada de un lirismo estremecedor y que debería ser lectura obligada en las escuelas por su gran sentido ético y humano. Pero pese a todo, tengo mis dudas si en el presente los argentinos tengamos conciencia del tamaño de la figura de Yupanqui, su aporte incalculable como artista popular. Fue un maestro en todo el sentido de la palabra y una pieza indispensable en el gran rompecabezas que es la identidad nacional argentina.

Su vida misma es un interesante recorrido y un aprendizaje del siglo XX en Argentina. Esto lo digo, porque los caminos de Yupanqui tuvieron trazos en contextos históricos diferentes, tantos políticos como económicos y sociales. Aun así, en todos ellos, el trovador trató de visibilizar las voces de los humildes de la tierra, incluyendo al aborigen, históricamente el más marginado de todos. Por eso mismo, ahondar en la vida de Yupanqui nos deja una enseñanza que viene de la mano de esa inmensa obra suya donde está la perfecta síntesis de la poesía. Uno de los tantos faros que la cultura argentina construye en ocasiones para despegar las sombras del presente y alumbrar el futuro.

¿Y, para los vascos y vascas, qué debería de significar Yupanqui?

No lo sé con exactitud, mi humilde intención es que mi libro pueda ser útil para acercar la figura de Atahualpa Yupanqui a los vascos y vascas, porque él pertenece a la especial clase de seres humanos que son famosos por su trascendencia pero continúan siendo, también, unos desconocidos. En este caso, con el agregado que quizás muchos ignoren la estrecha relación de Yupanqui con el pueblo vasco. Él, cuando vino a Euskal Herria como artista, fue reconocido por quienes estaban en la defensa de la cultura vasca, como alguien que llega en cierta manera para romper el acoso cultural, ese hostigamiento sistemático desde el poder que intenta borrar identidades. Y, en mi opinión, esta consideración hacia Yupanqui está estrechamente ligada al contenido de sus temas, donde el concepto de la libertad es sentido como una palabra sagrada, una causa poderosa para no pactar precisamente con ningún poder.

Además debemos de tener en cuenta el influjo que ejerció este artista en aquellos cantautores que hoy en día pertenecen a la constelación de estrellas que cada pueblo va armando como fruto de sus propios sentimientos y sujeción con la tierra donde habitan. Ahí están los testimonios de Mikel Laboa, de Lourdes Iriondo, Maite Idiren, entre tantos otros, fascinados por el despliegue poético musical de Yupanqui y haciendo suyas sus letras, los sentires de este trovador que vino de lejanas tierras pero que nunca, en verdad, fue un extraño.

Desde esta óptica, puedo afirmar que Yupanqui siempre fue consciente, que cuando andaba en tierras vascas, lo hacía visitando una casa hospitalaria llamada Euskal Herria.

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