De Arrasate a Chalatenango: biografía de Pakito Arriaran
Esta es la historia de Pakito Arriaran, un hombre que era un pueblo en otro pueblo. Fue militante en Euskal Herria y también luchó en El Salvador, donde fue Juancito. Este libro lo componen voces, miradas y memorias alrededor de su figura, y de él extraemos el capítulo que recoge su biografía.
Natural de la localidad guipuzcoana de Arrasate, Pakito Arriaran nació el 22 de abril de 1955, y fue el primogénito de los tres hijos de Kristina Arregi. Procedía de una saga de pelotaris de renombre. Su padre y dos hermanos se dedicaron a este deporte. Arrriaran II, su tío, fue un destacado manomanista y por dos veces campeón de España. Formó pareja en innumerables partidos con Arriaran III, su padre, quedando campeones por parejas en dos ocasiones.
En sus relaciones de cuadrilla (un enorme grupo formado unos treinta jóvenes), fue considerado como “un tipo tranquilo, pacífico, quizás hasta demasiado”. No obstante, el sentimiento abertzale que impregnó a este grupo fue común a Pakito. En torno a los catorce años su mundo se reducía prácticamente a su equipo de fútbol, pero la entrada en el club Batasuna sirvió para que toda la cuadrilla tomara conciencia de una realidad política que estaba a la vista. Además de los guateques, los primeros escarceos amorosos y las primeras medio-trompas, hablaban de Franco, de la Guardia Civil y, cómo no, de ETA y sus acciones.
En 1975, cuando Pakito tenía veinte años, la policía le detuvo en su casa de Arrasate. "Fue el 27 de abril -afirma su madre-. Estaba en vigencia el estado de excepción, que duró tres meses. Hubo muchas detenciones por la zona y aquí mismo se llevaron a muchos jóvenes. Al principio estuvo en Basauri, pero esta cárcel se llenó de tal forma que tuvieron que trasladar a algunos a Carabanchel, y entre ellos al nuestro. En Navidades de ese mismo año salió en libertad, un mes después de morir Franco. Luego cumplió el servicio militar".
El regreso a casa dura poco tiempo. En 1978, una noche de noviembre, Pakito Arriaran consiguió escapar del cerco policial que rodeaba su casa y pudo llegar a Ipar Euskal Herria. Esa misma noche fueron asesinados en su pueblo Roberto, Zapa y Emili, a manos de la Guardia Civil.
Estancia en Venezuela
Un año después viajó a Venezuela en calidad de refugiado político, y allí, en compañía de otros refugiados vascos, montó una cooperativa para trabajar en la limpieza y mantenimiento de los contenedores de basura.
En aquellos años se organizó en Caracas un comité de ayuda a refugiados vascos, con el fin de atender a quienes tenían que salir de Euskal Herria. En este comité tomaron parte, entre otras muchas personas, Pakito y el matrimonio formado por Espe Arana y Jokin Etxeberria. Esta pareja había llegado desde Euskal Herria a Caracas para trabajar en una empresa, dando cobijo a varios refugiados en su casa. En esa época, noviembre de 1980, varios periódicos venezolanos comenzaron una intensa y sucia campaña en contra de los refugiados vascos. Espe y Jokin fueron acribillados a balazos en su propia casa, en una acción reivindicada por el Batallón Vasco Español (BVE). En días posteriores también fueron tiroteados Pakito y otro refugiado cuando se encontraban trabajando.
Pakito, junto a sus compañeros y amigos, solían ir todas las semanas a jugar a pelota en el frontón de la Euskal Etxea, y cuando había alguna actividad interesante en Caracas, como películas o actuaciones de cantantes o grupos de izquierda, intentaban no perdérselas. Un día vieron una película sobre la guerra de El Salvador que les impactó mucho. Al salir del cine Pakito comentó: “Voy a ir a esas montañas a luchar junto al pueblo salvadoreño”.
Su periplo sudamericano tuvo viaje de vuelta a Euskal Herria, con el consiguiente gozo para la familia, que pudo tenerle cerca, al otro lado de la frontera divisoria. "Después de un tiempo -recuerda Kristina Arregi-, nos llamó para comunicarnos su decisión. Nos dijo que no nos íbamos a ver en mucho tiempo y que se iba a Centroamérica; que no nos preocupáramos si no teníamos noticias suyas enseguida". Su hermano Félix asegura que no le dieron más vueltas al tema. "Fue muy claro. Quería ir allí, veía que tenía un papel que cumplir".
"Pakito no consentía las situaciones injustas”
A nadie de la familia le extrañó la decisión, al margen de la inquietud que les produjo. Su padre lo resumía de esta forma: "Pakito no consentía las situaciones injustas; sufría con ellas. La diferencia de clases era para él insoportable y, si esto no hubiera sido así, estoy seguro de que no habría seguido el camino que él mismo eligió. Yo creo que realizar un acto de estas dimensiones necesita de algo innato en la persona. No, no creo que sea cuestión de años, ni de vivencias. Es toda una forma de ser, la propia personalidad es la que es decisiva a la hora de optar por una u otra vía. Y el mejor concepto que definía a Pakito era su humanidad. Una humanidad de gigante".
Esa humanidad de la que nos habla su padre estaba impregnada de un fuerte sentimiento de internacionalismo solidario. Allá donde se encontrara siempre se ponía del lado de las clases oprimidas y desfavorecidas. Polemizaba mucho en política, era muy exigente consigo mismo y con los demás, siempre tenía una crítica constructiva. A su lado, comenta la gente que le conoció, se sentían crecer como personas y revolucionarios porque siempre les hacía reflexionar.
Hacia El Salvador
Pakito llegó de Euskal Herria a Nicaragua en el mes de mayo de 1982, con el consentimiento de su organización para preparar el viaje hacia El Salvador. Permaneció allí preparándolo todo hasta finales de agosto.
A primeros de septiembre llegó a El Salvador. Tuvo que caminar mucho y de noche hasta llegar a los campamentos de Chalatenango. Allí le llevaron al campamento donde estaba la logística, donde permaneció aprendiendo y preparando materiales.
En octubre de 1982 el FMLN comenzó una ofensiva contra la guardia nacional, la policía y el ejército. La guerrilla tomaba pueblos de Chalatenango por la noche y peleaba hasta vencer al enemigo. Así quedaron liberados para la guerrilla la mayoría de los pueblos de la zona. El 28 de octubre la guerrilla tomó el pueblo de la Laguna, y aquí fue donde cayó herido Juan, -que así se llamaba Pakito en la guerrilla-. Una ráfaga de G3 le fracturo la pierna a la altura de la pantorrilla.
Las sanitarias le atendieron, le hicieron la cura y le entablillaron la pierna, después le llevaron en una hamaca a un lugar más seguro. Entonces el ejercito salvadoreño desató una fuerte ofensiva y los heridos fueron evacuados hacia los Hamates, otra parte de Chalatenango.
Amputación de una pierna
En estos primeros años de guerra, quienes trabajaban en sanidad de la guerrilla apenas tenían medicamentos y el material necesario. Después de algunos días se dieron cuenta de que la pierna de Juan se había gangrenado. Los médicos tuvieron que tomar una decisión drástica, y decideron amputarle la pierna para salvarle la vida. Al no tener el instrumental quirúrgico necesario, le cortaron la extremidad por encima de la rodilla con el serrucho de una navaja suiza y, en lugar de suero, le pusieron en la vena agua de coco. La operación transcurrió bien y, aunque le amputaron la pierna, a Juan le salvaron la vida.
Al cabo de unos meses, cuando ya se había recuperado, Juan fue trasladado al campamento de logística, desde donde se llevaba el control de todo el material de guerra, desde los fusiles hasta balas, desde morteros requisados a los soldados hasta materiales para construir minas. También en este campamento había talleres para fabricar granadas y otros materiales de defensa popular.
Juan empezó a trabajar con los compañeros de talleres y más adelante le dieron la responsabilidad de llevar el control de la logística. Apoyado por algunos compitas, tenía que llevar la cuenta de todo el material que tenían, en que tatú (escondrijos hechos bajo tierra) se encontraba cada partida, lo que les faltaba y lo que necesitaban... También tenían que surtir de ropa y botas a los compas guerrilleros; hacer el reparto de dinero para la comida en cada campamento, etc.
Luchó hasta morir
En agosto de 1984, el Frente negoció el canje de algunos soldados que tenía prisioneros a cambio de que dejaran salir del país a varios heridos que necesitaban operaciones especiales. Entonces el ejército entró a las zonas liberadas y varios heridos, Juan incluido, se tuvieron que guardar en cuevas y tatús. En la siguiente ofensiva del ejército contra las zonas liberadas, a finales de septiembre, Juan y la gente no operativa de la logística fueron a esconderse a un charral donde había mucho bosque. El lugar se encontraba abajo de Zapotal, un poco más arriba del río Sumpul.
Al parecer, varios civiles que también buscaron refugio por la zona hicieron fuego, los soldados vieron humo y se percataron de que allí había gente. Empezaron a peinar el monte y los encontraron. Los dos compas que iban con Juan les hicieron frente y hubo una gran balacera, lo que ayudó a que la población civil tuviera tiempo de escapar de una muerte segura. Juan intentó también alejarse monte abajo, pero se le rompieron las muletas y tuvo que seguir arrastrándose. No obstante, los soldados volvieron a peinar el monte hasta que dieron con él. Según dijeron posteriormente, Juan luchó hasta morir haciendo fuego con su pistola y la granada que siempre llevaba encima. Fue el 30 de septiembre de 1984 cuando mataron a Juan y a otros seis compas.
¡Por la gran puta! Lo hubiéramos agarrado vivo, pero como no se dejó agarrar, lo tuvimos que matar.
Pasados algunos días, su compañera Laura, un compa salvadoreño y otro vasco enterraron a Juan en el mismo lugar donde lo encontraron muerto. Los tres le cantaron el Eusko Gudariak y La Internacional con los puños en alto, y su compañera recogió unas flores silvestres que había por allí y las colocó encima de su tumba.
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