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George L. Steer: corresponsal de guerra en Gernika

La noche del 26 de abril, el corresponsal británico George L. Steer se encontraba en Bilbao cuando llegaron noticias de que Gernika estaba en llamas. Estaba cenando en el hotel Torrontegui en compañía de Noel Monks del Daily Express, Christopher Holme de la agencia Reuters y Mathieu Corman del diario parisino Ce Soir. Llegaron a Gernika a las 11 de la noche, y Steer se dedicó a entrevistar a distintos supervivientes hasta primeras horas de la mañana del día 27. A su vuelta a Bilbao haría lo mismo hablando con muchos de los refugiados que habían alcanzado la capital. Su informe, aparecido el 28 de abril en The Times y New York Times, de tono contenido y huyendo de todo tipo de sensacionalismo, fue probablemente, en opinión del doctor Southworth, el parte más importante enviado por un periodista en la guerra civil. Steer, más que ningún otro comentarista de su época, consiguió plasmar en su crónica, que puedes leer a continuación, un fuerte sentimiento no sólo de la magnitud de la atrocidad, sino de la amenaza de esta nueva estrategia bélica. 

La tragedia de Gernika
Pueblo destruido en ataque aéreo
Informe de un testigo directo

Bilbao, 27 de abril, corresponsal especial.

Gernika, el pueblo más antiguo de los vascos y centro de su tradición cultural, fue totalmente destruido ayer por la tarde por los bombardeos aéreos de las tropas insurgentes. El bombardeo de este desprotegido pueblo alejado de las líneas del frente, duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales, una poderosa escuadrilla de tres tipos diferentes de aviones alemanes acompañados de bombarderos Junkers y Heinkel, no pararon de arrojar bombas de hasta media tonelada de peso acompañadas de más de 3.000 pequeños proyectiles incendiarios de aluminio de un kilo de peso. Los cazas, mientras tanto, descendían desde lo alto sobre el centro del pueblo para acribillar a los civiles que se habían refugiado en los campos.

El pueblo entero de Gernika no tardó en ser presa de las llamas, exceptuando la histórica Casa de Juntas, sede del antiguo parlamento vasco con sus valiosos archivos sobre la raza vasca. El famoso roble de Gernika, una vieja cepa de 600 años con nuevos brotes de este siglo, también se mantuvo a salvo.

A las dos de la tarde del día de hoy, cuando entré en Gernika, el panorama era estremecedor. El pueblo ardía de principio a fin. El reflejo de las llamas podía distinguirse por las nubes de humo encima de las montañas desde 10 millas de distancia. Durante toda la noche, las casas se fueron derrumbando hasta que las calles se convirtieron en montones de impenetrables escombros rojizos. Muchos de los supervivientes civiles tomaron el largo camino de Gernika a Bilbao en viejas carretas agrícolas de sólidas ruedas tiradas por bueyes. Estas carretas que iban apiladas con todas las posesiones y utensilios caseros que pudieron salvar del bombardeo, atascaron la carretera durante toda la noche. Otros supervivientes fueron evacuados en camiones del gobierno, pero muchos fueron forzados a permanecer alrededor del pueblo, tumbados en colchones o buscando a los parientes y a los niños desaparecidos. Mientras, unidades de las brigadas de bomberos y la Policía vasca motorizada, supervisados bajo la dirección personal del ministro del Interior, el señor Monzón, y su esposa, continuaron los trabajos de rescate hasta el amanecer.

La alarma de la campana de la iglesia

Por la forma en que se desarrolló el ataque, la escala de destrucción que causó y el objetivo al que golpeó, el bombardeo de Gernika no tiene precedentes en la historia militar. Gernika no era un objetivo militar. Ni siquiera se llegó a bombardear la fábrica de armamento situada al lado del pueblo. Tampoco dos cuarteles que se hallaban un poco más alejados. Gernika estaba muy lejos de las líneas del frente.

El objetivo del bombardeo era, aparentemente, la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna del pueblo vasco. Todos los hechos confirman esta idea, empezando por el mismo día en que la matanza se llevó a cabo. El lunes era el día en que los baserritarras celebraban el tradicional día del mercado en Gernika. A las cuatro y media de la tarde, estando el mercado lleno y cuando más campesinos iban llegando, la campana de la iglesia dio la voz de alarma anunciando la llegada de aviones. La población buscó refugio en las bodegas y en los túneles subterráneos que habían preparado después del bombardeo de Durango del 31 de marzo, el cual había abierto la ofensiva del general Mola en el norte. El pueblo mantuvo la moral alta.

Un sacerdote católico se puso al mando de la situación manteniendo el orden. Cinco minutos más tarde, un bombardero alemán apareció haciendo círculos a muy baja altura y arrojó seis bombas pesadas que, al parecer, tenían como objetivo la estación. Las bombas, junto con una lluvia de granadas, cayeron sobre un antiguo instituto y las casas colindantes. Después, el avión desapareció. A los cinco minutos vino otro bombardero lanzando la misma cantidad de bombas en el centro del pueblo. Alrededor de un cuarto de hora más tarde llegaron tres Junkers para continuar la labor de destrucción. A partir de entonces, el bombardeo fue continuo y creció en intensidad, cesando sólo a las 7:45 del anochecer. Todo un pueblo entero, de unos 7.000 habitantes, más unos 3.000 refugiados, fue reducido lenta y sistemáticamente a escombros. Un detalle de su técnica fue la destrucción de caseríos y granjas dispersos en un radio de unos ocho kilómetros. Durante toda la noche arderían como pequeñas velas en las colinas. Todas las aldeas de los alrededores fueron bombardeadas con la misma intensidad que Gernika, y en Múgica, un pequeño grupo de casas en el centro de la entrada a Gernika, la población fue ametrallada durante 15 minutos.

Todavía es imposible calcular el número de víctimas. La prensa bilbaína de esta mañana hablaba de los ataques como algo «de poca relevancia», pero se teme que le hayan quitado importancia para no alarmar a la gran cantidad de refugiados de Bilbao. Los 42 milicianos que estaban ingresados en el hospital de las Josefinas, uno de los primeros sitios que fue bombardeado, murieron en el acto. Yo vi, en una calle que baja de la Casa de Juntas, un lugar en el que se dice que 50 personas, la mayoría mujeres y niños, fueron atrapados en un refugio antiaéreo bajo una masa de escombros en llamas. Otros muchos fueron exterminados en el campo, pudiéndose contar los muertos por cientos. Un viejo cura de nombre Arronategui encontró la muerte al estallar una bomba mientras rescataba a unos niños de una casa ardiendo.

La táctica empleada, que puede resultar de interés para los estudiosos de la nueva ciencia militar, fue la siguiente: primero, pequeñas escuadrillas de aviones arrojaban bombas pesadas y granadas de mano por todo el pueblo, eligiendo los objetivos minuciosamente. Después, venían los cazas que bajaban en picado para ametrallar a aquellos que salían aterrados de los túneles subterráneos, algunos de los cuales habían sido perforados por bombas de media tonelada que llegaban a abrir agujeros de hasta siete metros y medio de profundidad. Mucha gente murió mientras huía. Un gran rebaño de ovejas que eran llevadas al mercado también resultó arrasado. Al parecer, la finalidad de esta acción era mantener a la población en los subterráneos, dado que el próximo paso fue la intervención de doce bombarderos lanzando bombas pesadas e incendiarias sobre las ruinas. El programa del bombardeo a este desprotegido pueblo tenía entonces una lógica: Primero, granadas de mano y bombas pesadas para espantar a la población; después, los ametrallaban para que permanecieran en los refugios, y, finalmente, harían uso de grandes bombas incendiarias para destruir las casas y quemarlas con sus ocupantes dentro.

Como los vascos no tenían suficientes aviones para responder a la escuadrilla insurgente, la única respuesta de la que dispusieron fue el heroísmo desarrollado por el clero vasco. Éste bendecía y rogaba por las masas arrodilladas
-fueran socialistas, anarquistas, comunistas o simplemente creyentes– en los destrozados refugios subterráneos. Cuando entré en Gernika después de medianoche, las casas se desmoronaban hacia los lados, llegando incluso a ser prácticamente imposible para los bomberos llegar al centro del pueblo. Los hospitales de las Josefinas y el convento de Santa Clara eran ya montones de brillantes brasas, y todas las iglesias, excepto la de Santa María, estaban destruidas. Las pocas casas que todavía se mantenían en pie estaban devastadas. Cuando volví a entrar a Gernika esta tarde, la mayor parte del pueblo estaba todavía en llamas, y además, se habían producido nuevos focos de fuego. Unas treinta personas yacían muertas en las ruinas de un hospital.

La reacción que ha causado aquí el bombardeo de la ciudad sagrada de los vascos, ha sido impresionante, obligando al presidente Aguirre a declarar en la prensa vasca de esta mañana lo siguiente: «Los aviones alemanes al servicio de los rebeldes españoles han bombardeado Gernika arrasando este pueblo histórico tan venerado por todos los vascos. Han intentado herirnos en lo más profundo de nuestros sentimientos patrióticos, dejando bien claro una vez más, lo que Euzkadi puede esperar de todos aquellos que no dudan en arrasar hasta la última piedra el santuario que representa los siglos de nuestra libertad y democracia. Ante semejante atrocidad, todos los vascos debemos reaccionar con violencia, jurando desde lo más profundo de nuestros corazones defender, si llega el caso, los derechos de nuestro pueblo con una determinación y un heroísmo sin precedentes. No podemos ocultar la gravedad del momento, pero la victoria no podrá ser nunca del invasor si alimentando nuestra moral con fuerza y determinación nos armamos de valor para derrotarlos».

El enemigo ha conquistado muchos sitios de los que ha tenido que retroceder más tarde. Puedo asegurar sin la mínima duda, que aquí ocurrirá lo mismo. Que la indignación de hoy sea un estímulo para acelerar nuestra respuesta.

George L. Steer

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